AL CONTRATAQUE

La izquierda que se evapora

El 21-D la izquierda tenía la dificultad suplementaria de la polarización en torno al eje Catalunya o España

Inés Arrimadas y Carles Puigdemont

Inés Arrimadas y Carles Puigdemont / periodico

ANTONIO FRANCO

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Hay personas desconcertadas por la caída de la izquierda en el resultado electoral de Catalunyaizquierda Catalunya. Yo no creo que la gente de aquí sea menos progresista. Tampoco que haya dejado o se haya alejado de la izquierda. Pienso que en buena medida los partidos de izquierda han dejado o se han alejado de la gente. 

Ocurre lo mismo en toda Europa y eso se paga. En Francia, el PS pasó en una sola elección de gobernar con mayoría absoluta a prácticamente desaparecer y tener que poner en venta hasta su sede de París. Hollande aplicó recetas progresistas pero se desconectó de la sensibilidad popular. Actuó con un despotismo ilustrado --con el «yo sé lo que os conviene queridos compañeros»– posiblemente bien intencionado, posiblemente no traidor, pero esencialmente cobarde respecto a las reformas drásticas que exigen los nuevos tiempos. No abordó lo más urgente: que a través de gobernar y legislar hay que lograr que el poder regrese desde las manos okupas que ahora lo detentan –el mundo financiero, grandes multinacionales– a las de los elegidos en las urnas. Ante eso, los franceses que no querían más continuismo en la precariedad se pasaron a quien deseaba reformar las cosas, Macron, ajeno a los partidos políticos tradicionales. Que si la izquierda no hace los cambios los intente el apóstol de una especie de centrismo liberal-conservador.

En las elecciones catalanas nuestra izquierda tenía la dificultad suplementaria de la polarización en torno al eje Catalunya o España. Muchos progresistas en su Todo por la Patria querían olvidar esta vez que Artur Mas en política social fue un primo muy hermano de Rajoy. Se lo recordaron Domènech e Iceta, pero muchos electores potenciales les vieron tiquismiquis poco contundentes ante la prioridad antiseparatista. Unos temieron que En Comú quisiese repetir con ERC lo que ya le salió mal al PSC en los tripartitos (intentar gobernar sin ser aplastado por un abrazo del oso), y otros recelaron de que el PSOE fuese sincero al decir que seguía a los socialistas catalanes en el laberinto identitario. 

Los votantes de esos dos partidos saben que ante el independentismo y frente a Rajoy la única posibilidad matemática de éxito pasa por coordinarse e ir juntos. Por eso recibieron mal que Ada Colau, de En Comú, anunciase que expulsaba de su equipo municipal al socialista Collboni.

Contexto difícil

Como en Francia, los rectores de los partidos no sintonizan con los deseos de abajo. Y el contexto es difícil: Podemos vive ligado en Catalunya a la percepción de que es mejor su bandera general abstracta española que lo que hace Pablo Iglesias, mientras lo que queda del PSC no sabe ni si Pedro Sánchez suscribe sin complejos el federalismo ni si, en caso afirmativo, los viejos del PSOE intentarán volver a matarle.