Al contrataque

Era inteligentísimo

Hay hombres que se vuelven tontos antes que calvos. Y hay tantas inteligencias desmoronadas como traseros caídos

MILENA BUSQUETS

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Voy a aprovechar mi primera columna del año para denunciar una situación que me parece francamente injusta y bárbara. Existe la idea generalizada de que la belleza (sobre todo la de las mujeres) con el paso del tiempo se desvanece y que en cambio, la inteligencia (sobre todo la de los hombres) se mantiene firme, sólida y constante como un monolito de piedra de la prehistoria. 

He oído miles de veces la frase «era guapísima» o «era guapísimo» para referirse a personas que en su día fueron muy hermosas o atractivas, pero nunca escucho la frase «este hombre, hace diez años, era inteligentísimo» para referirse a individuos que fueron, pero ya no son, sumamente listos, creativos o brillantes. 

Y sin embargo, la inteligencia se pierde del mismo modo que el atractivo físico, a veces más deprisa. Hay hombres que se vuelven tontos antes que calvos. Y hay tantas inteligencias desmoronadas como traseros caídos.

La petulancia, el engreimiento, el interés, el miedo, el poder, la amargura, el fracaso, el éxito, el cansancio y la pereza pueden acabar con cualquiera. 

El resto del trabajo lo hace el tiempo, tan trabajador, tan mediocre, tan terco y constante e infalible en su labor de acoso y derribo. Y así, hombres que hace diez años (o veinte, o dos) eran los más brillantes del país, hoy pasean con arrogancia (e incluso mal genio, o sea, mala educación) los harapos de su inteligencia, a menudo con menos pudor que los que fueron dueños de una belleza deslumbrante. La noción de «quien tuvo, retuvo» es una falacia, casi nunca se retiene nada, todo se nos escurre entre los dedos, acabamos todos a gatas recogiendo miguitas. 

Sin embargo, hay cosas que sí nos vuelven más inteligentes, como el amor correspondido, los libros o escuchar a los demás, por ejemplo. Y también hay excepciones. A veces, la belleza (o un cierto tipo de belleza) sobrevive a través del estilo, de la clase y de la inteligencia. Y a veces la inteligencia (la capacidad creativa, el talento para presentar ideas nuevas) no se pudre y se encharca sino que se ensancha.

Hace unos días fui a ver la última película de Woody Allen, que tiene 82 años, y salí pensando que no hay ningún artista vivo capaz de hacer una radiografía más precisa, sutil y extraordinaria del alma femenina (también de la masculina, pero siempre le han interesado más las mujeres que los hombres, ellos le sirven sólo como pretexto para hablar de nosotras).

Espero que el 2018 sea un año largo y sinuoso, que podamos acurrucarnos en las curvas del 8 y deslizarnos por ellas como por un tobogán, y que para alguien, durante un rato o durante toda la vida, seamos los más guapos y los más inteligentes del mundo.