Lo justo, lo posible, lo necesario

Ni Puigdemont ni Junqueras deberían ya liderar el próximo Ejecutivo catalán

Carles Puigdemont, durante su mensaje de fin de año desde Bruselas.

Carles Puigdemont, durante su mensaje de fin de año desde Bruselas.

Josep Martí Blanch

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Dos preguntas tras la digestión de los resultados electorales del 21-D21-D. Primera: ¿modificará el Gobierno español liderado por Mariano Rajoy su actitud hacia el independentismo para pasar a considerarlo un interlocutor político, asumiendo que la mayoría silenciosa que tanto pregonaba para combatirlo no es tal y entendiendo de una vez que los votantes de la 'estelada' no son borregos, idiotas o delincuentes a los que reprogramar o perseguir? Segunda: ¿Puede el independentismo modificar la estrategia seguida hasta la fecha con los mismos actores que han protagonizado los últimos capítulos conocidos del 'procés', toda vez que con dos años de retraso está dispuesto a asumir, esta vez sí, que tiene legitimidad para gobernar y liderar la agenda política pero no para imponer un proyecto de ruptura unilateral?

Nada cabe esperar del Partido Popular. Asediado por Ciudadanos, pero también fiel a sus convicciones, seguirá utilizando el culo del soberanismo para patearlo. A fin de cuentas, según su lógica, hay cosas que ni se discuten y contra las que no cabe la mediación de la palabra porque son como son y no de otro modo. Tampoco debe esperarse nada del PSOE.  Leña al mono -catalán- hasta que hable inglés, saque mayorías absolutas o no. Los votos solo son relevantes para asuntos terrenales y ya se sabe que la unidad de España atañe a lo divino. Más de lo mismo. Seguir ganando para seguir perdiendo.

La pregunta sobre el soberanismo es más compleja de responder. La fuerza está del otro lado, lo que le obliga a situarse en una lógica de resistencia y, al mismo tiempo, seguir perseverando en el intento de ampliar una mayoría que hasta la fecha y en todas las elecciones es a todas luces insuficiente para según qué aventuras. Para resistir cuenta con la mayoría absoluta renovada en los comicios. Se resiste mejor al frente de las instituciones. Pero para que eso suceda deben convertirse los votos en un Gobierno estable que pueda organizar esa resistencia en el largo plazo. Y ahí es donde ahora radica su principal amenaza puesto que el póquer -póquer, no trío- de actores (Junts per Catalunya, PDECAT, ERC y CUP) andan a la greña sin que, de momento, pueda entreverse una estrategia no ya común, sino simplemente compatible.

Lo más inteligente

Si se quiere una legislatura larga, imprescindible para resistir de manera efectiva, el soberanismo quizá debería iniciarla descontando todo aquello que inevitablemente la dinamitará en un futuro no demasiado lejano. Siguiendo esta lógica, y más allá de lo que pueda pasar en los próximos días, sería razonable pensar que ni Carles Puigdemont ni Oriol Junqueras deberían ya liderar el próximo Gobierno. Un Ejecutivo que será independentista en el fondo pero obligadamente constitucionalista en la superficie. Puede que este sea el único modo de enfocarse hacia el largo plazo y, al mismo tiempo, también la forma más inteligente de defender los intereses de los que más han arriesgado en esta aventura. ¿Justo? No, claro que no. Pero quizá necesario y, sobre todo, posible.