Al contrataque

Adiós, Piolín, adiós

La retirada del operativo policial especial deja una situación de fondo exactamente igual, con el agravante de que los abusos que el 1 de octubre cometieron algunos de ellos han empeorado las cosas

ANTONIO FRANCO

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Tiene una fuerte carga simbólica la retirada discreta de Catalunya de los policías del operativo especial español que llegaron para resolver por la intimidación física o la fuerza el problema político que teníamos y tenemos. Se van. Dejan una situación de fondo exactamente igual, con el agravante de que los abusos que el 1 de octubre cometieron algunos de ellos han empeorado las cosas. Porque no los olvidan ni la opinión pública internacional (un grave desprestigio para la democracia española) ni los propios catalanes (reafirmando el desprecio al Estado con capital en Madrid que sienten los independentistas; desconcertando a la mayoría de los constitucionalistas). 

Llegaron jaleados por el «a por ellos» pero ni han descabezado el procés, contra lo que aseguraron Mariano Rajoy y Soraya Saénz de Santamaría cuando, ¡pobrecillos!, pedían el voto para el PP como quien reclama una condecoración para sus méritos, ni han modificado la correlación de fuerzas de la fractura catalana. Esos policías saben –a través de la famosa bandejita de su rancho de Navidad– que España trata frecuentemente mal a los suyos. Trata mal porque los políticos que la administran suelen ser flojos, partidistas, equivocados en sus diagnósticos, independientemente de que además muchos de ellos carezcan de la menor credibilidad ética ante quienes rechazan la corrupción (la que se hace, la que se persigue con benevolencia cuando los delincuentes son amigos). También tiene carga simbólica la huida hacia la ONU de Jorge Moragas, el principal asesor de Rajoy como gran especialista en temas catalanes. Lo único que se echa en falta es que no se vaya también él después del solemne fracaso.

Un empate a cero

No crean, sin embargo, la propaganda secesionista de que ellos sí han logrado un gran éxito. Esto ha sido futbolísticamente hablando un empate a cero. Porque a partir de ahora no tienen más remedio que reconocer que además de sus dos millones de votantes del 1-O hay por lo menos otros dos –también ciudadanos, también catalanes, también con derecho a decidir su futuro,  también merecedores de atención por parte de su Generalitat– que pesan exactamente igual que ellos en este conflicto, aunque las leyes electorales les den inferioridad parlamentaria. El 21-D pudimos contarnos con garantías. 

Ignoramos todavía si tendremos un Parlament escapista y un Govern con pretensiones de que pronto volvamos a la casilla de salida del 155, o si los políticos nos van a dar tregua y podemos intentar recomponernos sin la falsa pretensión de que existen las condiciones objetivas para una secesión, ni barata ni cara. Pero la gente de la calle quiere mayoritariamente lo segundo. El 21-D lo dijo a través de decidir con su voto que los máximos retrocesos los tuviesen, mano a mano, el PP y la CUP. Eso es hablar claro.