Cuando no asusta el vértigo

La política ha encontrado en la inestabilidad su propia estabilidad, de cálculo y plazo corto; le ha perdido el miedo al caos

Carles Puigdemont, acompañado de Anroni Comín y Meritxell Serret celebran los resultados en Bruselas.

Carles Puigdemont, acompañado de Anroni Comín y Meritxell Serret celebran los resultados en Bruselas. / periodico

JOSÉ LUIS SASTRE

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A veces las respuestas no llegan porque fallan las preguntas. Las encuestas generaron una expectativa de voto y parecía que las urnas aclararían el rumbo. El 155 no trajo la contestación que algunos previeron y la vida en la calle resultaba normal dentro de la anomalía. Así que prendió la sensación de que todo estaba encauzado, hasta el punto de que la vicepresidenta del Gobierno consideró que "el procés estaba 'kaput'". Pero aquí estamos, con mayoría independentista, victoria de Ciudadanos, el PP en 'kaput' técnico y la incertidumbre en carne viva. Estamos casi como estábamos. Vuelven, en consecuencia, los llamamientos al diálogo para que los partidos se entiendan, aunque conviene advertir del riesgo de que el espíritu navideño ciegue la perspectiva y se confunda el posibilismo con la ingenuidad.

Quizá al estar dentro del huracán cuesta apreciar el huracán mismo, pero ahí está. Si la política tiene conflicto y pacto, en esta etapa prima el conflicto. Es un momento caliente: los partidos no acuerdan, las mayorías no dan, las encuestas son inciertas lo mismo que los gobiernos, las legislaturas son cortas, los parlamentos legislan como pueden y se ha roto hasta el tabú de la repetición de las elecciones. La política ha encontrado en la inestabilidad su propia estabilidad, de cálculo y plazo corto. La política le ha perdido el miedo al caos, despreocupada de líneas rojas. Vive pegada a las alertas de última hora en el teléfono y mira sin veneración lo que siempre se señaló como el valor más apreciado, que era el consenso. Es otra etapa, en la que todos los ejes se cruzan y tanto vale la identidad como la ideología. Ahora los barrios ricos votan lo mismo que los barrios pobres. Será interesante descubrir en los sondeos postelectorales cuántos votaron a favor de un partido o, en realidad, en contra de su adversario.

Llevamos meses estrenando un contexto y sin embargo nos aprietan las preguntas de siempre. ¿Irán los partidos hacia otro precipicio o conseguirán acuerdos? Los intentarán, pero se ha visto ya que, si no los logran, muchos lo vivirán sin dramatismos. Pese al coste social o el económico, pese a la responsabilidad y el alcance de tener la sociedad partida en dos mitades. La reconciliación es bonita pero, para qué engañarse, los ciudadanos no han apostado por quienes predicaban las terceras vías. Las encuestas piden diálogo y las elecciones han devuelto polarización. Si antes las campañas se ganaban por el centro, ahora se ganan por otra parte.

"Tenemos que construir el diálogo. Una mitad de Catalunya no puede ignorar a la otra mitad", se oyó decir en la noche electoral a un dirigente que no salió mal del 21-D. Cuando acabó su intervención, se desplomó en privado sobre su propio pesimismo: "Estoy en minoría incluso entre los míos. La gente todo lo lee en clave de victoria o derrota". Hagámonos entonces nuevas preguntas: ¿Es eso lo que ha votado la gente, victoria o derrota? ¿Qué acuerdo es el que reclama la ciudadanía y cuál es el coste de no conseguirlo? El enroque político, ¿se castiga o se premia? ¿Hay políticos que le han perdido miedo al miedo? Llegarán las respuestas según se disipe el espíritu navideño y se compruebe si lo que daba más calor era el vértigo.