LA CLAVE
Las gafas de entender
Una lectura miope del 27-S abocó al independentismo a un callejón sin salida. Ojalá sepa interpretar mejor los resultados del 21-D
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
¿Constituyó el 21-D un voto de castigo para los partidos que respaldaron la suspensión de la autonomía catalana, vía artículo 155? ¿Obtuvieron un espaldarazo electoral las fuerzas que impulsaron la declaración unilateral de independencia (DUI) del 27 de octubre? ¿Validaron las urnas ese 80% de apoyo al referéndum del que presume el soberanismo basándose en las encuestas? Una lectura minuciosa del escrutinio provisional (99,89%) desmonta algunos de los tópicos fabricados la noche electoral.
El denostado ‘bloque del 155’ (Ciutadans, PSC y PP), por ejemplo, cosechó 280.000 votos más que en las elecciones del 2015, mientras que las candidaturas que condenaron la intervención de la Generalitat (JxCat, ERC, ‘comuns’ y CUP) solo se agregaron 53.000 papeletas. Contra todo pronóstico, el llamado constitucionalismo obtuvo una ganancia de cinco diputados, lo que difícilmente puede juzgarse como un correctivo.
“La república catalana ha derrotado a la monarquía del 155”, proclamó un ufano Carles Puigdemont. Veamos. Del aumento de la participación (230.000 electores más), el ‘bloque republicano’ –es decir, unilateralista-- solo pescó 97.000 papeletas. Tres veces menos que el ‘monárquico’, que recortó la ventaja en 4,5 puntos: un 43,5% de voto constitucionalista por un 47,5% independentista.
MUY LEJOS DEL 80%
Cuando hablan en las urnas, y no en los sondeos, los catalanes respaldan mayoritariamente a partidos que defienden la celebración de algún tipo de referéndum para encauzar el conflicto. Así lo refleja también el 21-D, aunque estas fuerzas –el independentismo y Catalunya en Comú— no han llegado al 55% de los votos, casi dos puntos menos que en el 2015 y muy lejos del tan cacareado 80%.
El pecado original de la pasada legislatura, que abocó a un callejón sin salida, fue la miope lectura que del resultado del 27-S hizo el independentismo. Por apego al poder y por su insana competencia, Convergència y ERC quisieron ver una mayoría soberanista donde no la había. Ahora deberían ponerse la gafas de entender: renunciar a la ilegalidad --empobrecedora, divisoria, carente de apoyo social-- y gobernar para todos los catalanes.
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