IDEAS

"Este invierno de nuestro descontento"

Electores votando, el 21-D, en el centro cívico de La Sedeta, en Barcelona.

Electores votando, el 21-D, en el centro cívico de La Sedeta, en Barcelona. / periodico

Josep Maria Pou

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El jueves día 21, con las urnas abiertas de par en par, se coló, puntual, el invierno. Y fue justo al llegar la noche, avanzado el recuento de votos, que empezó a oírse esta frase, tímidamente primero, con mucha más fuerza, después: "Este invierno de nuestro descontento..." (Shakespeare, 'Ricardo III', Acto I, Escena I). La frase sonaba igual entre las risas de quienes se sentían ganadores que junto a los lamentos de quienes asumían -qué remedio-, no la derrota -eso nunca-, sino "unos resultados distintos de lo esperado". Unos y otros sabían que aunque el día había transcurrido bajo un sol optimista, la noche se cerraba con el frío y los rigores de un invierno -un largo y crudo invierno político- que llegaba para quedarse. 

La frase de Shakespeare en 'Ricardo III' pudo sonar este jueves tanto entre quienes se sentían ganadores como entre quienes asumían la derrota

“Este invierno de nuestro descontento”, se decía Arrimadas con el premio en la mano, a sabiendas de que lo que le esperaba hasta poder -si podía- llegar a cobrarlo. “Este invierno de nuestro descontento”, rezaban al unísono Junqueras y Puigdemont, y el eco les unía en la distancia. “Este invierno de nuestro descontento”, se repetía una y otra vez Iceta ante el gráfico envenenado. “Este invierno de nuestro descontento”, silabeaba, a lo común, como podía, un circunspecto Domènech. “Este invierno de nuestro descontento”, mascullaban, acordados, Albiol y Carles Riera, midiéndose, de extremo a extremo. 

La frase de Shakespeare es solo el principio de un famoso y celebrado soliloquio, que sigue, más o menos: “... se ha vuelto verano con el sol de York, y todas las nubes que encapotaban nuestra casa, están ya sepultadas en el fondo del océano”. Pues, mire usted, señor Shakespeare, va a ser que no. Va a ser que las nubes seguirán en un cielo igual de encapotado -¿dónde el desencapotador que lo desencapote de una puñetera vez?- y que para llegar al verano habrá que exponerse antes a una larga travesía -¿vía crucis?- que se presenta gélida y destemplada.

Llegado el invierno, nos ha dejado a todos igual de descontentos. Helados. Con un frío de bigotes. Un frío que no se quita con solo paños calientes.