Análisis

Sobredosis de símbolos

Sesenta años después, nada ha cambiado en el catalanismo: mártires, banderas, sentimientos...

ilustracion  de leonard  beard

ilustracion de leonard beard / periodico

CLARA USÓN

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

A principios de marzo de 1936, tras el triunfo del Frente Popular y la amnistía a los presos políticos, Lluís Companys regresó a Catalunya. El gran periodista y escritor republicano Manuel Chaves Nogales cubrió para el diario 'Ahora' los fastos de la  bienvenida al presidente de la Generalitat; un millón de catalanes salieron a las calles y a los caminos, cogidos de las manos, para aclamarlo, millares de palomas "simbólicamente libertadas" alzaron el vuelo, las coblas sonaban al paso de su comitiva… Y, sin embargo, a Chaves Nogales le pareció que Companys no participaba de la euforia de sus seguidores, le dio la impresión de un hombre sobrepasado por la responsabilidad que le caía encima, con menos ánimos e ímpetu que cuando, derrotado, fue conducido a presidio. 

"Es que, indudablemente, ha cambiado", escribe Chaves Nogales. "Companys empieza a ser otro hombre sustancialmente distinto del que fue (…). Aquel agitador de multitudes, aquel revolucionario audaz, aquel hombre de acción que proclamó el 14 de abril la República catalana antes que la española, es ya casi un personaje simbólico. Dentro de poco Companys será, como lo fue Macià, un puro símbolo. Reconozcamos que Catalunya tiene esta virtud imponderable: la de convertir a sus revolucionarios en puros símbolos, ya que no puede hacer de ellos perfectos estadistas. Lo uno vale lo otro". 

Ante las enésimas elecciones de Catalunya, no puedo sino desear que el próximo Govern, entre manifestación y manifestación, gobierne un poco  

Observa Chaves Nogales que "quienes le hayan visto pasear esta mañana por las calles de Barcelona con aquel aire suave y triste de mártir que llevaba, han debido de tener la sensación de que Companys representa, a partir de ahora, una fuerza espiritual casi indestructible en Catalunya". Y añade que no hay otro lugar en España con tanto amor por los símbolos y una tal fuerza sentimental.

Todo sigue igual

Sesenta años después, nada ha cambiado en el catalanismomártires, banderas, sentimientos, símbolos, sobredosis de símbolos, ¡incluso la declaración de independencia fue simbólicadeclaración de independencia !... Y, ¿qué es Puigdemont, sino un puro símbolo? Hasta el punto de que su candidatura y su programa se reducen a eso: votadme a mí, porque soy un símbolo. Condición que también reclama para sí el preso JunquerasJunqueras (hay una lucha soterrada entre ambos para reivindicar la titularidad de símbolo legítimo); lágrimas, martirologio, amor a la patria y esperanza en el reino prometido, que está al alcance de los dedos, solo tenemos que sonreír, ser buenos (a diferencia de los españoles, que son malísimos)  y creer, tener fe (palabra de Junqueras: "tengo fe en el pueblo catalán"). 

La corrupción, la pobreza, los empleos precarios, los recortes en educación y sanidad, son menudencias, afanes mundanos que palidecen ante el sufrimiento de nuestros mártires, es casi obsceno pedir cuenta de estos viles asuntos materiales a quienes tanto sufren por la dignidad de Catalunya. Además, en cuanto seamos libres y estemos solos, esos pequeños problemas desaparecerán (en este sentido, la ideología del independentismo es casi indistinguible de la doctrina cristiana: España es un valle de lágrimas; la independencia, el reino celestial). 

Entusiasmo ciudadano

Concluye así su reportaje Chaves Nogales: "El desfile –decía alguien– ha sido impresionante y revela la gran fuerza espiritual del pueblo catalán. A nuestro pueblo le entusiasman estas grandes paradas de la ciudadanía. No sabe pasar muchos meses sin provocar alguna. Pero acaso entre una y otra, aunque solo mediasen tres o cuatro meses, tendría alguien que preocuparse de rellenar el tiempo con una tarea que no sea del todo superflua: la de gobernar, la de administrar, la de hacer por el pueblo algo más que ofrecerle ocasión y pretexto para estos deslumbrantes espectáculos. Si entre una manifestación de entusiasmo y otra no hay siquiera unos meses de silencioso y honesto trabajo en las covachuelas, llegará un día en que este pueblo catalán, tan fervoroso, tan bueno, cambiará". (Y cambió, unos años después, el 26 de enero de 1939, muchos de esos burgueses catalanes que habían jaleado enfervorizados el retorno de Companys, aclamaron con idéntico entusiasmo la entrada victoriosa en Barcelona del ejército de Franco, aunque eso no nos guste recordarlo).

Ante las enésimas elecciones históricas de Catalunya, no puedo sino desear que el próximo Govern de la Generalitat, entre manifestación y manifestación, gobierne un poco.