Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

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La depresión sonriente y la depresión blanca

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La depresión sonriente es aquella en la que el individuo deprimido trata a toda costa de ocultar su estado tras una máscara de felicidad. Es propia de los países industrializados y de la sociedad consumista.

En mi última novela, 'Por qué el amor nos duele tanto', yo narro una historia de depresión sonriente. Una mujer que arrastra la carga de una infancia traumática (abuso sexual, madre sobrexigente, padre abandónico...). La sociedad consumista nos promete que si logramos ciertas cosas (un matrimonio , un buen trabajo, un coche vistoso, una casa bien decorada y en propiedad) seremos felices. Y ella se esfuerza duramente para conseguirlas.

Pero se casa llevada por la desesperación, no por la reflexión. Y se casa demasiado rápido, fijándose en el exterior de su marido más que en el interior. Tarda en darse cuenta de con quién se ha casado.

Atrapada en una vida horrible, no puede contarle a nadie cómo se siente, porque inmediatamente escucha la misma cantinela repetida en bocas diferentes: «Con todo lo que tú tienes ¿cómo puedes quejarte?». Así que para que no la acusen de desagradecida o, peor aún, de depresiva y triste, en una sociedad que entroniza la felicidad como bien supremo, se esfuerza en dar una imagen de triunfadora y feliz. Y cuanto más se esfuerza, más se deprime. Porque no hay nada que deprima más que no poder contarlo.

Yo tengo comprobado que cuando una persona en redes sociales está constantemente dando imagen de felicidad, es porque está deprimida y ansiosa (las 'influencers' no cuentan, a ellas les pagan). Fingir felicidad no ayuda: la única salida a una depresión es la comunicación y la palabra, que es el material base de todas las terapias.

Algo parecido pasa con la Navidad. En estas fechas se nos obliga a aceptar un axioma según el cual no hay nada como la familia, la familia es la base de la sociedad, hay que amar a los familiares y hay que cenar con ellos en fechas señaladas, en un ambiente de paz y concordia.

En estas fechas se nos obliga a aceptar un axioma según el cual no hay nada como la familia

Pero la familia a veces no es el remanso idílico que se nos vende. Hay algunos padres/madres que no toleran los fracasos de sus hijos. Otros, de manera consciente o inconsciente, manipulan. Los hay autoritarios, poco tolerantes e intransigentes. Los hay demasiado críticos, poco afectuosos. Hay quien culpabiliza a sus hijos de sus propios fracasos o frustraciones, quien proyecta sus fantasías y sueños en sus hijos y espera que éstos los cumplan por él. Incluso quienes planifican y deciden las carreras profesionales de sus hijos. Y los hay maltratadores físicos y verbales. 

Imaginemos al chico gay o a la chica lesbiana que tiene que ir a cenar a esa casa en la que le han pedido que por favor no hable de su vida privada en la cena, para que no se moleste la abuela (no hablemos ya de llevar a su pareja a cenar), pero en la que su hermana y su cuñado heteros pueden pasarse la noche hablando de sus vacaciones y sus niños. Imaginemos a ese votante de ERC que tiene que cenar con su cuñado votante del PP toda la vida, porque sí, porque su madre le ha dicho que si no se presenta en Nochebuena le va a partir el alma. Imaginemos a esa chica a la que su padre, cuando era joven, le besaba y manoseaba más tiempo de lo que ella cree que era normal, que nunca ha dicho nada para no herir a su madre, y a la que se le atraganta la cena cada vez que va.

Las estadísticas prueban que las fechas con mayor índice de suicidios son Navidad y Año Nuevo (y San Valentín, en Estados Unidos). También son las fechas con mayor índice de violencia doméstica. Pero nadie se atreve a decirlo en alto. Porque cuando lo hacemos pronto llegan las acusaciones:  Eres un 'grinch', una amargada, un mal hijo.

Lo que no debes hacer, como la protagonista de mi novela, es callarlo. Es importante no fingir que el dolor no existe.

¿No te gusta tu familia? Tienes todo el derecho a sentirlo o a decirlo, no eres el primero ni el último. ¿Las Navidades te deprimen? Muchísima gente detesta la Navidad. De hecho, esta depresión tiene un nombre específico: la depresión blanca. No te lo calles.

Busca a alguien a quien puedas contárselo. Un psicólogo, un terapeuta incluso, si eres creyente, un sacerdote...

Alguien que te acompañe en tu camino, que te permita comprender lo que te sucede y responsabilizarte para hacer algo con tu vida.

Que te permita dar su lugar a la palabra.