Más palabras encubridoras

Ninguna campaña respeta el significado asentado de las palabras, pero pocas lo han respetado tan poco como esta que acumula una semana de griterío

Primer debate electoral de las elecciones del 21 de diciembre.

Primer debate electoral de las elecciones del 21 de diciembre. / periodico

ALBERT GARRIDO

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“La verdad padece, pero no perece”, escribió Teresa de Ávila, una optimista histórica si bien se mira. Pero en la extraña campaña que sufrimos con resignación y aturullamiento, las realidades o verdades se desfiguran con ininterrumpida frecuencia, los aplicados en realizar las comprobaciones –fact check– desbordados en su empeño de esclarecer la trama para evitar el perecimiento. Un prurito por la ocultación y las tácticas encubridoras se extiende en todas direcciones para forzar el significado de las palabras sin que nadie se sonroje: la DUI fue solo simbólica, se dice; la unilateralidad fue un invento del Estado, se insiste; Puigdemont no se fugó al marcharse a Bruselas, vía Marsella, porque cuando realizó el viaje no había sido citado por un juez, se subraya; hay que cancelar la euroorden, tan elogiada antes, argumenta un magistrado, para evitar un desenlace bruselense no deseado. Y así a todas horas.

Pero si todo se redujo a símbolos, inventos, huidas que no lo fueron y euroórdenes inapropiadas, ¿cómo es posible que se haya montado la que se ha montado, con debates en televisión a cara de perro, sembrados de rencores y envenenados por una atmósfera irrespirable? Si nada fue lo que pareció, ¿a qué vino la exaltación del 27 de octubre, los alcaldes con la vara en alto en las escaleras del Parlament? Si aquella unilateralidad no fue tal o solo lo fue momentáneamente, o solo un rato para desencadenar una alegre explosión de júbilo en los aledaños del Parlament, ¿por qué se resucita ahora de nuevo en mítines cargados de electricidad?

Hubo una riada de encubridoras palabras inmediatamente después del 27 de octubre y sigue habiéndola ahora, corregida y aumentada por la urgencia electoral. Ninguna campaña en ningún lugar respeta el significado asentado de las palabras, pero pocas lo han respetado tan poco como esta que acumula una semana de griterío. Tal cual sucede a menudo en el deporte, en las campañas importa más alcanzar la victoria que exhibir buen juego, pero en esta se va camino de batir el récord. Como en los espejos del callejón del Gato –Luces de Bohemia–, los encubrimientos producen tal profusión de imágenes deformadas que no hay manera de dar con una aproximación verosímil a lo sucedido y a lo que puede suceder al acabar el recuento.

Como sucede a menudo en el deporte en las campañas importa más la victoria que el buen juego

Salvo que la mitad de los contrincantes aspira a alcanzar la independencia, cuanto antes mejor, y la otra mitad persigue evitarla, a poder ser para siempre o para una larga temporada, no sabemos mucho más. Cada quisque anda con un hermeneuta de confianza lo más cerca posible para desentrañar el significado verdadero de los discursos –nunca pactaré con fulano, el president solo puede ser zutano, queremos ganar para restablecer la democracia– y disponer del auténtico valor de las palabras pronunciadas más allá de las mixtificaciones que minan el procés. ¿O no hubo nunca tal y todo hasta hoy fue meramente virtual, para consumo interno, hecho sin ganas de molestar; todo fue en suma un malentendido? ¡Qué insensato juego este de las encubridoras palabras!