El 'caso Sijena'

Caso único en el mundo

Si todas las obras de arte expoliadas tuvieran que volver a su lugar de origen, muchos museos de Europa quedarían medio desiertos

Operarios trasladan las piezas al monasterio de Sijena.

Operarios trasladan las piezas al monasterio de Sijena. / periodico

XAVIER BRU DE SALA

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Por mucho que los partidarios del regreso de los mármoles del Partenón a Atenas diéramos la razón a la ministra Melina Merkouri cuando los reclamó, sabíamos que se trataba de un debate simbólico. Aunque lord Elgin no los hubiera adquirido al invasor turco, los mármoles no se habrían movido ni se moverán nunca del British Museum, por mucho que los sucesivos gobiernos griegos los reclamen, con tanta razón como inutilidad práctica.

El argumento contrario es ciertamente poderoso: si todas las obras de arte expoliadas tuvieran que volver a su lugar de origen, muchos museos de Europa quizá no se vaciarían del todo pero quedarían medio desiertos. Oí a unos adolescentes italianos que, al visitar las primeras salas de la National Gallery, exclamaban con orgullo: «'Tutto questo è roba nostra'». Cierto. A sus ojos cándidos y acomplejados, el hecho de encontrarse en uno de los museos más visitados del mundo añadía valor, como si fuera necesario, al mejor arte renacentista italiano.

Las grandes obras de la National Gallery, como las del Prado, fueron compradas, en un caso por ricos ingleses y en el otro por los Habsburgo, y por tanto no pueden ser objeto de reclamación. Pero el caso del British, el Louvre o los museos de Berlín es muy diferente.

¿A qué categoría pertenecen las obras de Sijena? Esta no es la cuestión. A parte de las adquisiciones incuestionables, la tríada conceptual del debate contempla el robo puro, la expoliación –documentada–, y la conservación. Quién sabe si los mármoles del Partenón existirían todavía y en qué estado se encontrarían, suponiendo que no se hubieran dispersado. En cualquier caso, están salvados.

En la Libia de Gadafi, el patrimonio de la Roma clásica estaba abandonado bajo la idea de que se trataba de insufribles reminiscencias coloniales. Sin recurrir a casos extremos de incuria o destrucción voluntaria, queda claro que las condiciones de conservación de los museos modernos son incomparablemente mejores que las de los emplazamientos naturales. Si los británicos hubieran devuelto los mármoles, ahora no los contemplaríamos en los frisos del Partenón, expuestos a la degradación de los agentes contaminantes, el sol y los cambios de temperatura sino en el Arqueológico de Atenas. Pero esta tampoco es la cuestión.

Saqueador Napoleón

No hay duda de que el primero y más grande saqueador sistemático de obras de arte fue Napoleón. El actual Louvre llevaba su nombre y para enaltecerlo disponía de una legión de asesores que elaboraban listas de lo que había que transportar a París. Antes de ser secuestrado, Pío VII entregó magníficos tesoros vaticanos a los franceses. Tras la caída del Emperador, los italianos reclamaron y la mayor parte –no todo– fue devuelto entre exclamaciones de alegría. En el caso de España, además de no reclamar, Fernando VII acabó regalando al Duque de Wellington las obras saqueadas por Francia que custodiaba y pretendía devolver. Pura desidia.

En el caso de Sijena, la cuestión no es ninguna de estas. La cuestión es comprobar si después del vaciado del Museo de Lleida, se reclamarán las obras del monasterio esparcidas por España, empezando por el Prado, o si solo se trata de vejar a Catalunya.