Dos miradas
Necrológicas
La esquela de Carles Santos se publicó un día después de lo habitual... Desde Bruselas, alguien pensó que las necrológicas también son campo de batalla. El pianista inconmensurable se hartaría de la risa
Josep Maria Fonalleras
Escritor
JOSEP MARIA FONALLERAS
Uno de los privilegios que tiene la Creu de Sant Jordi es que la Generalitat te paga la esquela. No sé si hay muchos más, si no contamos el orgullo de quien la exhibe, mientras está vivo, en la solapa. Pero la esquela, sí, la esquela la tienes tanto si quieres como si no. Excepto la actriz Rosa Maria Sardà, por ejemplo, o la periodista Maruja Torres, que hace poco escribió lo siguiente: «No la devuelvo porque no sé donde la tengo, pero grito pública y formalmente que renuncio a las putas esquelas». Lo escribió todo en mayúsculas, para que se viera que gritaba.
Que se sepa, Carles Santos, el genial, el irrepetible, uno de los transgresores más voraces y radicales del planeta Tierra, el pianista inconmensurable, no renegó de la Creu de Sant Jordi y no dijo nada sobre los recordatorios mortuorios. Según las reglas del juego, tenía derecho a ellos. La costumbre establece que se publiquen al día siguiente del fallecimiento, pero esta vez no ha sido así. Todavía no sabemos si se trata de una malévola consecuencia consciente del 155 (sería triste llegar a estos extremos) o una inconsciente consecuencia del 155.
Quizá es que el encargado de las esquelas está cesado. Pero resulta que al día siguiente del día que tocaba se publicó la esquela en el formato habitual, hoy por hoy prohibido: «El president y el Govern de la Generalitat expressen el seu dol». Desde Bruselas, alguien pensó que las necrológicas también son campo de batalla. Carles Santos se hartaría de la risa.
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