Análisis

El sesgo nacionalista del sistema electoral catalán

Los partidos que aglutinan el grueso de su electorado en zonas urbanas se ven perjudicados debido a la infrarepresentación de Barcelona

Votación en el colegio Sagrada Familia de Madrid

Votación en el colegio Sagrada Familia de Madrid / epp

CARLOS FERNÁNDEZ ESQUER

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El sistema electoral catalán es un caso curioso en perspectiva comparada. Pese a ser una de las comunidades más prolijas en el plano legislativo y de haber demostrado una intensa voluntad de profundizar en su autogobierno, Catalunya sigue siendo la única autonomía que carece de una ley electoral propia. Su régimen electoral se contiene aún en una disposición transitoria del Estatut de 1979 y, en lo no regulado en ella, se rige por la LOREG. Paradójicamente, los procesos electorales catalanes son los más dependientes del Estado.

Las negociaciones para elaborar una ley electoral se activaron con la llegada del tripartito a la Generalitat. En parte, debido al llamativo efecto generado por el sistema electoral en las elecciones de 1999, y de nuevo en EL 2003, cuando el PSC obtuvo más votos que CiU y, sin embargo, este último partido se hizo con más escaños. También sorprendieron los resultados de las elecciones del 2015, donde las candidaturas del bloque soberanista obtuvieron conjuntamente el 47,8% de los votos, lo que les sirvió para hacerse con la mayoría absoluta.

Los intentos de redactar una ley electoral catalana han sido múltiples pero infructuosos. El más serio se produjo con la creación de una comisión de expertos independientes en el 2007. Dicha Comisión elaboró un sólido informe en el que se proponía conjugar la proporcionalidad y la territorialidad (empleando las veguerías como circunscripciones), reducir la desigualdad del voto e introducir el voto preferencial. Sin embargo, los partidos fueron incapaces de acordar un modelo de distribución de escaños. Mientras que la mayoría de formaciones abogaba por una mayor proporcionalidad (PSC, ERC, ICV, entre otros), CiU, que era partidaria de preservar la sobrerrepresentación de los territorios menos poblados, bloqueó al acuerdo. 

Nivel de proporcionalidad

Ahora bien, ¿es realmente tan injusto el sistema electoral catalán? Lo cierto es que tanto una circunscripción de enorme magnitud como es Barcelona (85 escaños) como la considerable amplitud de las otras tres (Tarragona 18, Girona 17 y Lleida 15) aseguran un razonable nivel de proporcionalidad en las cuatro provincias. En este caso, la fórmula d'Hondt no despliega apenas su sesgo mayoritario en favor de los partidos más votados y la barrera electoral del 3% solo puede tener algún efecto en Barcelona. Todos estos factores evitan las altas dosis de desproporcionalidad de las que adolecen otros sistemas electorales, entre los que destacan el canario, el murciano hasta su reforma en el 2015, o el propio sistema electoral español. De hecho, el catalán es, en promedio, el quinto sistema electoral más proporcional a nivel autonómico.

Otro problema es el de la desigualdad del voto entre catalanes. El prorrateo de escaños entre provincias impuesto por la disposición transitoria del Estatut atiende al padrón municipal de 1976, por lo que ha quedado ampliamente desfasado al no contemplar el aumento demográfico de Barcelona ciudad y su zona metropolitana. ¿Por qué es probable que vuelva a ganar (en escaños) un partido soberanista en Catalunya? Porque tradicionalmente CiU y ahora también ERC concentran su voto en zonas rurales, lo cual coincide con las circunscripciones sobrerrepresentadas (Lleida y Girona). Por contra, los partidos que aglutinan el grueso de su electorado en zonas urbanas (PSC, C's, PP), se ven perjudicados debido a la infrarrepresentación de Barcelona. Si del sistema electoral español se ha dicho que tiene un 'sesgo conservador', el sistema electoral catalán posee un 'sesgo nacionalista'.

Diferencias abultadas

Es verdad que el voto de un elector de Lleida vale 2,3 veces más que el de un barcelonés. Como también lo es que hay casos donde las diferencias son aún más abultadas, como sucede con Euskadi, Baleares o con el Congreso. Destaca de nuevo Canarias, donde el voto de un habitante de El Hierro tiene un impacto 17 veces superior al de los habitantes de Tenerife o Gran Canaria.

En definitiva, los aspectos más problemáticos del sistema electoral catalán no tienen tanto que ver con los efectos negativos que despliega (sus mismas patologías las encontramos de forma más agravada en otros sistemas electorales españoles), como con el fracaso de los sucesivos diputados catalanes a la hora de dotarse de unas reglas electorales propias. Los cálculos electoralistas han frustrado la posibilidad de que Catalunya profundizase en el federalismo electoral, desaprovechando con ello el margen de autonomía política que, como nacionalidad histórica, le confiere la Constitución española y el Estatut.