Encrucijada catalana

El íntimo placer del 155 y Sijena

El artículo de la Constitución se ejecuta como castigo ejemplar. Es un «te vas a enterar de quién manda aquí»

Obras de Sijena en el Museu de Lleida.

Obras de Sijena en el Museu de Lleida. / periodico

SÍLVIA CÓPPULO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Como los niños cuando se burlan cantando «mira, mira, mira, mira qué te hago, ahora mando yo. Mira, mira, mira». Así sonreía por debajo de la nariz el ministro español Íñigo Méndez de Vigo, cuando, con voz ampulosa y sin disimular ni un ápice su expansiva excitación, quiso hacer pasar por el aro a la Generalitat anunciando el retorno a Aragón de las obras de Sijena. La cara del alcalde de Lleida, el socialista Àngel Ros, era un poema. Atónito, exclamaba: el 155 no se pensó para esto. Los ojos le salían de las órbitas. Se equivoca: el 155 se ideó para todo. Y  «todo» incluye ir en sentido contrario a cualquier decisión del Gobierno catalán que comporte evidenciar sin contemplaciones que es el Gobierno español quien manda en Catalunya. En un efecto bumerán, le da en la cara el apoyo de su partido, el PSC, al gobierno del PP.

El 155 se ejecuta como castigo ejemplar. Es  un «te vas a enterar de quién manda aquí»,  sin marco social, ni límites políticos. Es por ello que el delegado del Gobierno español, Enric Millo, ha anunciado que se seguirá aplicando con posterioridad al 21-D hasta que «se considere conveniente». Es un' yo decido' qué parte del pastel del poder que acumulo te quiero ceder. El Estado de las autonomías era graciable. Y los gobiernos catalanes, todos, desde la Transición creyeron que era firme y sólido.

 Craso error. El poder real reside en las estructuras del Estado español. Poder ejecutivo, legislativo y judicial se mueven al unísono. Y no es solo una cuestión del signo político del Gobierno español, que ahora es del PP, y antes o después pueda ser del PSOE. Los puños cerrados del Rey, dos días después del 1 de octubre, no engañan. Cierto es que sin la declaración de la república, el 155 era solo una amenaza, pero, no nos equivoquemos, ya por entonces se habían intervenido, o sea confiscado, las cuentas de la Generalitat.

El efecto perverso del 155 es enorme. Cuando se le ha encontrado el gustito en aplicarlo, ah, ¡cómo entiendo al ministro! Es una tentación deliciosa y provoca un placer tan íntimo, que uno no puede resistirse.