ANÁLISIS

Criminales en el poder

Jadranko Prlic, este miércoles, en el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia.

Jadranko Prlic, este miércoles, en el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia. / EFE / ROBIN VAN LONKHUIJSEN

Montserrat Radigales

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Sirva este artículo de homenaje a Senada Kreso. Responsable del departamento de prensa extranjera en el Gobierno bosnio durante los primeros años de la guerra que comenzó en 1992, no había periodista foráneo llegado a aquel Sarajevo asediado que no buscara su inestimable ayuda. Su inglés perfecto y su profundo conocimiento del país la convertían en un contacto imprescindible. Poco después ascendió, se convirtió  en viceministra de Información y acabó como alta asesora en el Ministerio de Exteriores. Hasta que en 1996 dimitió.

Ella misma me explicó por qué. Hacía poco más de un mes que se había firmado el acuerdo de Dayton y Jadranko Prlic fue nombrado ministro de Exteriores de Bosnia. «No pienso trabajar a las órdenes de un criminal», me dijo Senada.

Ella, que era de Mostar, lo sabía muy bien. Las fuerzas croatas se habían empleado a fondo en la ‘limpieza étnica’ de los musulmanes de la parte occidental de la ciudad y en el asedio a la mitad oriental. Prlic era por aquel entonces el primer ministro de la autoproclamada y no reconocida Republica de Herzeg-Bosna y presidente del Consejo de Defensa Croata (HVO). O sea, era el responsable último de los asesinatos, violaciones y campos de concentración.

Prlic, condenado desde el 2013 y sentenciado este miércoles definitivamente en apelación a 25 años de cárcel por el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia (TPIY) por crímenes de guerra y contra la humanidad, siguió al frente de la diplomacia bosnia hasta febrero del 2001. Porque en la Bosnia post-Dayton era posible tener las manos muy manchadas de sangre --literalmente o metafóricamente- y ocupar altos cargos políticos o ejercer puestos de liderazgo con el vergonzoso beneplácito, cuando no el nombramiento directo, de la comunidad internacional que aún hoy supervisa el país y si hace falta lo gobierna como un protectorado.

Otros casos muy significativos fueron los de Biljana Plavsic y Momcilo Krajisnik, ambos en el poder hasta 1998, la primera como presidenta de la Republika Srpska y el segundo como miembro de la presidencia tripartita de Bosnia. Los dos fueron condenados después por el TPIY por crímenes de guerra. Al menos los máximos responsables serbobosnios, Radovan Karadzic Ratko Mladic (sentenciado la semana pasada a cadena perpétua), fueron proscritos en la Bosnia de Dayton pero eso solo ocurrió porque el TPIY los había procesado a tiempo, incluso antes de Dayton, lo que no impidió a los mandatarios de EEUU y la UE negociar con ellos hasta que se firmó el acuerdo de paz en una mediación muy 'sui géneris'.

El TPIY, que cierra sus puertas el 31 de diciembre, ha hecho una labor extraordinaria. Lástima que su última audiencia judicial será recordada por el suicidio de uno de los acusados. Merecía serlo por la condena a Prlic. No sé si Senada Kreso, con una posterior carrera como escritora y traductora brillante, habrá sentido en lo más íntimo de su ser el consuelo de eso que se ha venido en llamar «justicia reparativa». O si la habrán sentido los familiares de los cientos de miles de víctimas de Karadzic y Mladic. Algo es algo.