OBITUARIO

Romero de Tejada, un fiscal de conciencia

Por encima de cualquier pretensión siempre se guió por la búsqueda de la justicia

José María Romero de Tejada, en una foto de archivo.

José María Romero de Tejada, en una foto de archivo. / periodico

FRANCISCO BAÑERES SANTOS / MARTÍN RODRÍGUEZ SOL

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Ejercer el oficio de fiscal no resulta fácil. La defensa de la legalidad y del interés social es una tarea que conlleva con frecuencia incomprensión, sinsabores y desaires. A todo ello los fiscales sabemos enfrentarnos con orgullo y con ilusión. Sin embargo, carecemos de recursos frente a la sensación de desvalimiento que nos provoca la desaparición precipitada de nuestro mejor compañero.

José María Romero de Tejada fue por encima de todo un hombre bueno. El ejemplo de "buen padre de familia" al que aluden nuestras leyes civiles pareciera que le había tomado a él como modelo. En su vida personal su familia lo era todo. Su mujer Tere, sus hijos AlmudenaMarJosé Mª y Guillermo.  Todos sus hijos, al emprender su propio camino,  habían ido ya abandonando el hogar pero el no dejaba de mantener el contacto con ellos prácticamente a diario. A menudo nos confesaba cuanto los extrañaba. La compañía de sus nietas le había provocado una ilusión y una alegría enormes que no podía reprimir compartirla con todos nosotros. 

Era un hombre que sabía querer. Resultaba imposible no apreciar a José María Romero de Tejada. Por escasa que fuera la relación personal, todos cuantos lo conocieron advertían su bonhomía. Jamás se escuchaban de su persona comentarios mezquinos o malintencionados. Su comprensión hacia las debilidades de los demás, su permanente disposición a construir y a buscar las facetas positivas frente a los problemas que pudieran aparecer, resultaba un rasgo identificador de su carácter. Los que tuvimos la suerte de compartir su presencia de manera cotidiana siempre sentimos una reservada admiración por el modo en que, con sencillez y buena disposición, conseguía pacificar y buscar la avenencia ante las eventualidades organizativas o ante las pequeñas disputas entre subordinados, era esta una cualidad que emanaba de su innato señorío.

Se hizo fiscal tras los pasos de su padre, también fiscal de esta Audiencia, por quien sintió siempre una gran admiración y respeto. En su vida profesional supo combinar el ejercicio con la actividad docente como profesor de derecho penal en la Universidad de Barcelona a la que accedió de la mano del maestro Pérez-Vitoria. Formó igualmente a numerosos aspirantes a las carreras judicial y fiscal con los que supo compartir la intensa incertidumbre y preocupación que solo conocemos los que hemos transitado por el túnel de la oposición.

Fue un fiscal de conciencia. Por encima de cualquier pretensión siempre se guió por la búsqueda de la justicia. Las profundas convicciones religiosas que llenaban su vida de esperanza le fortalecían y confortaban a la hora de adoptar decisiones que no siempre fueron comprendidas, su paso por el Consejo Fiscal fue una buena muestra de ello. Con todo, en los momentos más difíciles, que sin duda han sido los más recientes, supo permanecer con la firmeza y sobriedad que se esperaban de él y de la que ninguno de sus colaboradores más cercanos jamás dudamos. 

Parafraseando a Lord Nelson, el Estado de derecho espera que todos los hombres cumplan con su deber y José María cumplió, vaya si cumplió. Hasta siempre José María.