Al contrataque
País de miseria
Marruecos es un ejemplo de estabilidad, me dicen desde aquí. Una estabilidad construida sobre la miseria y la represión de las protestas sociales que la denuncian
Najat El Hachmi
Escritora
NAJAT EL HACHMI
Por un puñado de harina, 15 muertos. Por un poco de pan, mujeres, niños y ancianos se pisotearon unos a otros hasta acabar con la vida de quienes cayeron primero. No puedo imaginar una forma más triste de morir, más terrorífica: ahogados, ahogadas, casi todas mujeres, en la desesperación, en el esfuerzo de tender la mano para agarrar algún alimento. ¿Con qué ímpetu hay que pasar unos encima de otros para provocar 15 muertos y una treintena de heridos? Esto sucedió el domingo por la mañana, en un rincón del mundo llamado Sidi Boulaalam, en la provincia de Essaouira. Un hombre generoso, dicen, repartía todos los años comida en el pueblo y esta vez su caridad ha resultado mortal.
No mires atrás, no mires atrás o te convertirás en estatua de sal. Nos lo hemos dicho tantas veces, los que procedemos de países como Marruecos, sin una guerra visible a los ojos del mundo pero con la guerra ancestral de la supervivencia. Ni cuando volvíamos de vacaciones podíamos permitirnos mirar atrás: tantos parientes, tantos conocidos cercanos con una ingente acumulación de carencias. El niño criado a base de te con azúcar y pan mojado en aceite, cuando lo había, que medía la mitad que su primo crecido en Europa. O la mujer desesperada por casarse con alguien que la sacara de allí, a pesar de los rumores que corrían sobre la extraña muerte de la primera mujer del pretendiente, a pesar de la perspectiva de irse lejos, tan lejos. O la señora mayor a quien los dolores no le dejan subir escaleras, las rodillas me matan, y tiene que hacerlo agarrándose a los peldaños con las manos. ¿Quién se quiere quedar aquí?
No, de la pobreza no hablamos nunca porque no podemos mirar atrás, si lo hacemos tendremos que pensar en quienes podrían ser carne de avalanchas humanas, quienes se quedaron y nos daban lo que no tenían cuando nos invitaban a sus casas. La generación de nuestros padres mandaba dinero a los familiares más cercanos, nosotros queríamos mirar adelante, deshacernos del peso muerto que era esa miseria inalcanzable, que ultrapasa por mucho nuestras posibilidades. Y abrazamos la impotencia, el qué le vas a hacer y asumimos el discurso que impera tanto entre los que se quedaron como entre los que nos fuimos: Marruecos es Marruecos, no hay nada que hacer.
Así que nos convencimos de que el subdesarrollo, la pobreza y la falta de infraestructuras de todo tipo eran un hecho natural, voluntad divina para los creyentes. Uno de los países con más turismo del mundo, con una élite que no parece pasar hambre. Ejemplo de estabilidad, me dicen desde aquí. Una estabilidad construida sobre la miseria y la represión de las protestas sociales que la denuncian. Pero tranquilos, porque la seguridad del vecino del sur es lo más importante. Si la gente puede morir por un puñado de harina, no pasa nada, no son más que daños colaterales.
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