Los efectos del 'procés'

Suicidio asistido del PDECat

La inmolación a cámara lenta de los antiguos convergentes acabará figurando en cualquier manual de ciencias políticas que se precie

Neus Munté, Carles Puigdemont, Artur Mas y Marta Pascal, en una reunión de la dirección del PDECat

Neus Munté, Carles Puigdemont, Artur Mas y Marta Pascal, en una reunión de la dirección del PDECat / periodico

JOSEP MARTÍ BLANCH

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El espacio político que gobernó exitosamente Catalunya durante 23 años, los que salieron al rescate de las instituciones y del Estado del bienestar a finales del 2010 para mantenerlo en pie en medio de un tsunami económico que amenazaba con llevárselo todo por delante, aquellos que sacaron al independentismo de la marginalidad demoscópica para situar el estado propio como una opción plausible, casi mayoritaria, y no como un ensoñamiento utópico,  no se presentan a las próximas elecciones.  Los convergentes, demócratas, o como quiera que se llamen, ahora sí, han desaparecido. Se evaporan, cuanto menos, de la política nacional. Queda aún por resolver en el 2019 el ámbito municipal.

Quizá haya otros ejemplos de suicidios asistidos, pero sin duda la inmolación a cámara lenta de los antiguos convergentes acabará figurando en cualquier manual de ciencias políticas que se precie. Nunca nadie ha pagado un precio tan alto por graves que fueran sus faltas: un padre fundador con una extraña deixa en el extranjero, una descendencia del patriarca poco escrupulosa con la legalidad (por decirlo de alguna manera), una sentencia popular de culpabilidad (a la espera de lo que diga la juez) de financiación irregular a través del Palau de la Música y algunos otros asuntos de corrupción han sido, a primera vista, suficientes para avergonzar a los representantes de ese espacio político hasta el punto de evaporarse hasta desaparecer.

'Patanegrismo indepe'

Pero hay más. Añadan, para obtener el cuadro completo, el complejo de quien no ha sido independentista de toda la vida (o siéndolo ha militado en un partido cuya oferta política no lo era), y que, aun así se empeña en participar en una especie de carrera del patanegrismo indepe que siempre va a perder. Y súmenle, para acabar, la incapacidad de defender su labor de gobierno en el quinquenio 2011-2015, porque lejos de reivindicar la responsabilidad de su gestión durante este tiempo, su propio protagonista, Artur Mas, decidió hacerse una enmienda a la totalidad avergonzándose de su obra de gobierno y su legado en los dos debates de investidura fallidos que sirvieron de prólogo al mayor eufemismo de la historia política contemporánea catalana, el pas al costat.

Avergonzarse del peix al cove (aun cuando esta fuese la apuesta mayoritaria del país durante 23 años), la incapacidad de maldecir con todas las letras las prácticas corruptas o moralmente reprobables y pensar que bastaba con un cambio de nombre para hacer borrón y cuenta nueva, avergonzarse de gobernar Catalunya en el peor momento económico de su historia reciente con la obligación de tomar medidas tan eficaces como impopulares, y  la necesidad de demostrar que son tanto o más independentistas que los que nacieron siéndolo, han llevado al PDECat a borrarse de las elecciones.

Nada que defender, ningún legado que reivindicar; todo de que avergonzarse. Este es el triste fin de la formación política más exitosa de la Catalunya de los últimos 40 años. Inexplicable. A fuerza de querer ser como los demás dejas de ser tú, que es lo único que de verdad puedes llegar a ser.

Carles Puigdemont quería una lista de país. ERC dejó claro que no. El 130 president se conformaba entonces con ser un presidente en el exilio que prestaba su imagen al PDECat y a los repúblicanos pero que, en ningún caso, jugaría a favor de los primeros -¡su partido!- en la campaña. La recogida de firmas para una candidatura popular y la bajada de pantalones del PDECat hicieron posible finalmente que el president legítim aceptase el reto de medirse contra los republicanos en los comicios. Puigdemont tiene su lista, ERC la suya. El PDECat, al cementerio. Aunque eso sí, manteniendo los derechos económicos y de pantalla cara a unas futuras elecciones, sean cuando sean.

Nuevo espacio político

La candidatura del president destituido puede servir para configurar un nuevo espacio político -aunque cuesta imaginar en qué se diferenciará de ERC-, pero sitúa al PDECat en la absoluta marginalidad política en el ámbito nacional. Marta Pascal y David Bonheví han intentado una componenda menos vergonzante para sus siglas. Pero no cuentan con apoyos suficientes y su musculatura no está lo desarrollada que debiera para plantar cara a los que, confundiendo la política con los fuegos de artificio y los golpes de efecto, llegan incluso a considerar la mortaja un maquillaje glamuroso.

De Pujol a Mas y de Mas a la nada pasando por Puigdemont. De momento. La demanda siempre encuentra la forma de satisfacerse aunque por el camino haya un tiempo de extrema carestía. Será a través del PDECat, si alguien obra el milagro de Lázaro (levántate y anda), o a través de cualquier otro artilugio que acabe por configurarse en el medio o largo plazo.