Análisis

Vamos a contar mentiras

El ansia de acusar a los independentistas de mentir acaba menospreciando la eficacia del Estado para desarbolarlos

puigdemont

puigdemont / EM PW

ALBERT SÁEZ

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La venganza, como el fanatismo, nubla el criterio. Entramos en la dimensión desconocida a lomos del fanatismo de algunos y, otros, pretenden sacarnos cabalgando sobre la venganza. El epicentro del debate vuelve a ser la mentira. Ciertamente, la política catalana entró en la última década en su fase posfactual: no hay independencia sin costes,  aunque tampoco pienso que en ese punto los independentistas fueran tan ingenuos o malintencionados como presentan ahora a sus dirigentes. Lo curioso es que vemos la mentira en la utopía de los otros sin apreciar el ilusionismo de nuestras propias convicciones. Y olvidamos que todos necesitamos nuestros sueños para avanzar. Algunos cuanto más irrealizables mejor.

La izquierda cree ciegamente en la igualdad que nunca es plena y la derecha en una libertad que ella misma cercena. Los nacionalismos también elevan la apuesta hasta límites inalcanzables y los internacionalismos permanecen eternamente insatisfechos. "Soy humano porque es humana mi mesura", escribió el siempre olvidado Joan Maragall. Cierto que ahora les toca a los independentistas expiar sus culpas por mentir, como las pagó en su momento Rajoy con los “hilillos de plastilina” o Zapatero con el "apoyaré el Estatut".

Alianzas y complicidades

Con todo, no deja de ser sorprendente que para enfatizar la mentira indepe se le quiten méritos al Estado en la defensa de la legalidad vigente. Les faltó apoyo internacional porque los embajadores del Reino de España acudieron a cuantos foros visitó Romeva para dejar clara la oposición española, y porque los ministros de Exteriores de los últimos gobiernos supieron tejer alianzas y complicidades en el habitual intercambio de cromos con sus socios y aliados. No pudieron controlar el territorio porque alguien desplegó un dispositivo policial de 10.000 hombres para evitarlo. No supieron retener a las empresas porque el ministerio de Economía redactó de manera diligente un decreto para blindar los traslados y acomodó los criterios fiscales para que pudieran mover las sedes sin desmontar las fábricas.

No consiguieron financiación porque la Generalitat estaba ligada en corto a través del FLA. No entiendo por qué se quieren reducir a mentiras lo que han sido éxitos del gobierno de Mariano Rajoy en su plan de desmontar el independentismo sin entrar en una negociación sobre la soberanía. El anhelo de venganza y el rédito electoral son tan perniciosos como los trampantojos independentistas, veremos si son tan eficaces electoralmente.

Vender humo

La mentira, con todo, es un concepto moral. Por expresa voluntad del Estado, del desafío independentista va a quedar una verdad establecida judicialmente. Resulta curioso que se pretenda afirmar simultáneamente que se cometieron actos de los que quedaron evidencias para sustanciar hasta cuatro delitos y, a la vez, se diga que todo lo que se vendió era humo. Un día, habrá una sentencia que dejará escritas las evidencias de aquellos días. La justicia es un mal escenario para la política, incluso para quienes la han elegido como campo de juego.