EL CERVANTES A SERGIO RAMÍREZ

Inventar la historia

Sergio Ramírez.

Sergio Ramírez. / JOAN CORTADELLAS

Ricardo Baixeras

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La concesión del Premio Cervantes al nicaragüense Sergio Ramírez supone la confirmación de que habíamos leído a uno de los referentes literarios de Centroamérica capaz de sostener en el tiempo un proyecto narrativo perdido para la historia y ganado al terreno omnívoro de la imaginación. La obra de Ramírez gira en torno al peso abismal de la dictadura en Nicaragua y los efectos demoledores que provocó sobre el país y sobre la vida íntima, individual e intransferible de todos y cada uno de sus habitantes. Esa mirada concienzudamente realista y cotidiana que Ramírez ha plasmado en la trilogía novelística compuesta por 'Tiempo de fulgor' (1970), '¿Te dio miedo la sangre?' (1977) y 'Castigo divino' (1988), su proyecto más ambicioso, admite lo que que Balzac llama "la historia privada de las naciones". Una historia inventando una nación que ha servido de acicate a un escritor que entiende el país "...como un complejo real que me atrae y mortifica permanentemente".

Sergio Ramírez juega hasta la extenuación con lo real y lo fantástico, con la Historia y la ficción

En la sencillez y holgura de sus libros aparece decididamente la voluntad honesta de un escritor que juega hasta la extenuación con lo real y lo fantástico, con la Historia y la ficción. Dicho de otro modo: la realidad de la ficción y la ficción de la realidad inspirando la escritura fragmentaria que dibuja un país incontestable. No le interesa, a Dios gracias, la verdadera historia cuanto el veneno que inocula la imaginación en los abismos de la supuesta verdad.

Lo policiaco, lo folletinesco, lo costumbrista, lo picaresco, la novela rosa, el reportaje periodístico, la novela cómica grave o la novela política irreverente en Ramírez no son sino la pretensión de contar un pedazo de historia generando múltiples lecturas, haciendo de este modo que una miríada de ejercicios de estilo se multipliquen hasta el infinito.

Ramírez ha conseguido dibujar el mapa de un país que es un continente, que es una conciencia, que es un vértigo y grita a rabiar, sin dogmatismos ni falsos profetas, que ese mapa dibujado se encuentra encerrado en una botella que es la voz autorizada de la literatura.