RUPTURA DEL PACTO EN BCN

'Non sum dignus'

La peripecia de Colau con el PSC nos habla de la confusión entre gobierno y activismo que caracteriza a una parte de la llamada 'nueva política'

Ada Colau y Jaume Collboni, en el acto de firma del pacto de gobierno, en el 2016.

Ada Colau y Jaume Collboni, en el acto de firma del pacto de gobierno, en el 2016.

FRANCISCO LONGO

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“Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. La fórmula ritual con que los católicos se acercan a la Eucaristía me venía a la memoria al hilo del proceso iniciado por la alcaldesa de Barcelona para convalidar el pacto de gobierno con el PSC. Una convalidación necesaria, no por discrepancias sobre la acción de gobierno, o por incumplimiento de los encargos de gestión, o por una crisis en el funcionamiento de la coalición. Todo eso venía siendo muy satisfactorio, según la propia Ada Colau. El problema era la pecaminosa posición adoptada por los socialistas en relación con el “procés”. No me extiendo en innecesarias explicaciones sobre la cuestión.

Lo relevante aquí es que la palabra sanadora, la que podría absolver el pecado y garantizar la continuidad de la coalición, no era asumida como responsabilidad propia por quien recibió de los barceloneses el encargo de gobernar la ciudad. En una ambigua pirueta, la alcaldesa delegaba esa función sacerdotal a “las bases” de su formación, manteniéndose ella misma silenciosa sobre el asunto. Una neutralidad solo aparente, dado que la misma decisión de consultar, abriendo paso a una crisis en el gobierno municipal, implicaba una previa calificación del socio como indigno. Y solo la magnanimidad de un sanedrín on line de 3.800 afiliados, al juzgar la gravedad de esa indignidad, podía restablecer el statu quo.

Por una cuestión de cálculo electoral

El resultado podía intuirse, sin necesidad de spoilers, por cualquiera que conozca la lógica de funcionamiento de los partidos. También sus verdaderas razones. Es fácil ver que en este asunto el cálculo electoral, envuelto, eso sí, en ampulosas cuestiones de principio, ha prevalecido sobre la gobernabilidad de la ciudad. Una ciudad cuya reputación global, su envidiable capacidad para atraer innovación, talento y prosperidad, se hallan seriamente amenazadas por el contexto político. Una ciudad de la que se han ido en unas semanas miles de empresas, cuyo comercio se resiente, que está a punto de quedarse sin la EMA (pese a los meritorios esfuerzos de Jaume Collboni y su equipo por hacer remontar el vuelo a una candidatura herida en el ala), que arriesga la continuidad del Mobile. Una ciudad que necesita más que nunca liderazgo y gobierno, y no ambigüedad y gesticulación.

La peripecia nos habla de un modo de entender la política representativa, de la confusión entre gobierno y activismo que caracteriza a una parte de la llamada “nueva política”. Pero lo más inquietante es lo que nos dice sobre la capacidad del sistema político para afrontar el conflicto y encontrar la salida a la división que afrontamos. Cuando un socio fiable de gobierno deja de ser digno, no por su comportamiento en los términos de lo acordado, sino por oscuras razones de teología política, el pronóstico se vuelve sombrío. Si una fuerza política que lleva meses reclamando el diálogo, envuelta en la bandera de la “transversalidad”, confunde la política con la religión, ¿qué nos espera el 22 de diciembre?