NÓMADAS Y VIAJANTES
Abusadores en jefe
El motor del abuso sexual es la forma autoritaria de ejercer el poder. El machismo anida en esa cultura del 'aquí mando yo', 'esto se hace así por mis huevos'
Ramón Lobo
Periodista
Periodista
Ramón Lobo
No debería existir el abuso de poder en una democracia; tampoco espacios en los que un déspota disfrazado de jefe pueda humillar a sus empleados o abusar sexualmente de sus trabajadoras. No solo existen, sino que son más comunes de lo que parece.
El caso de Harvey Weinstein, el todopoderoso productor de Hollywood que resultó ser un abusador, ha destapado una anomalía que afecta a otras profesiones, también al Parlamento de Westminster y al Gobierno británico. Al menos dos ministros están bajo investigación, igual que una docena de diputados, por comportamiento impropio.
Estamos ante un gran escándalo que amenaza con poner patas arriba la política nacional y, tal vez, al mismo 'brexit'. Hablamos de un problema endémico que existe en otros países.
Uno de los ministros británicos investigados, Mark Garnier, que ocupa la cartera de Comercio Exterior, pedía a su secretaria que le comprara juguetes sexuales. El exministro Stephen Grabb mantuvo un chat de contenido sexual con una joven de 19 años que aspiraba a trabajar en su equipo.
La investigación sobre lo ocurrido en Westminster, que afecta sobre todo a los conservadores, revela algo que parece obvio visto desde fuera: el sistema de contratación de los empleados de cada diputado deja a esos trabajadores al albur de los caprichos del jefe. En este universo se desarrolla el abuso de poder, el asalto sexual y el amiguismo. La alternativa sería un proceso de contratación basado en causas objetivas, no en la familiaridad. Los diputados y ministros alegan que se trata de cargos de confianza.
Un informe de los sindicatos del Reino Unido revela que el 52% de las mujeres británicas han sufrido en sus centros de trabajo algún tipo de aproximación sexual no deseada. Este porcentaje se eleva al 63% entre jóvenes de 16 a 24 años. Hablamos de tocamientos, intentos de beso, comentarios hirientes y violación. Cuatro de cada cinco mujeres asaltadas reconocen no haber denunciado los hechos.
Silencio partícipe
La caída del intocable Weinstein ha roto el tabú y las defensas de contención que los depredadores y sus aliados tejen alrededor de sus actos. El director de cine Quentin Tarantino reconoció en una entrevista con el 'The New York Times' que pudo haber hecho más porque disponía de información suficiente para saber lo que estaba sucediendo. Es una interpretación muy amable de su laxitud. No es posible el abuso de poder traducido en 'bullying', tocamientos o violaciones sin el silencio partícipe de otros hombres.
Varones con poder se sirven de su posición para violentar a mujeres que se encuentran bajo su mando, y a hombres, que también hay casos. Se aprovechan del miedo de la víctima a denunciar. La humillación, como sucede en los malos tratos, destruye la autoestima que permite rebelarse. También hay miedo a quedar estigmatizado por una jerarquía machista en el que los otros ejemplares de la manada tienden a cubrir al denunciado y a ridiculizar a la víctima. Los depredadores pueden actuar impunemente durante años porque están protegidos por un código de silencio.
#MeToo
El hastag #MeToo se ha convertido en un lema en las redes sociales, un vehículo para unir testimonios de miles de mujeres que se han atrevido a contar su historia. Es una saludable catarsis colectiva que podría terminar en linchamientos no deseados en manos de las redes sociales.
El actor Kevin Spacey, una de las grandes estrellas de Hollywood y protagonista de 'House of Cards', es otro de los ídolos caídos. Y no será el último. Esta semana cinco mujeres han acusado al humorista Louis C.K. de masturbarse delante de ellas.
Todo el mundo sabe la diferencia entre flirteo e invasión del espacio. No es una línea fina. En España tenemos el caso de Teresa Rodríguez, líder de Podemos en Andalucía, asaltada por un empresario. ¿Es realmente el caso único? ¿No tenemos este problema?
El motor del abuso es la forma autoritaria de ejercer el poder. El machismo anida en esa cultura del ‘aquí mando yo’, ‘esto se hace así por mis huevos’, en la que no tiene cabida la discusión educada con el mando. Esa militarización de la jerarquía provoca humillaciones y empobrece el debate intelectual; también nos priva de las herramientas adecuadas para perseguir a los abusadores.
Se corrige desde la educación, enseñando a los niños y a las niñas el valor del respeto a la diferencia y de la palabra, que un "no" significa no, y que todo abuso nos disminuye como personas. Algunos hombres son parte del problema estructural, pero los demás hombres deberían concienciarse para ser parte activa de la solución. No hablamos de algo que mortifica a las mujeres, se trata de un asunto que afecta a los derechos humanos.
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