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Bono en el paraíso

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Ramón de España

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Los llamados 'Paradise papers' han sacado a la luz ciertas actividades financieras lesivas para la comunidad a cargo de una lista interminable de gente supuestamente honrada (a excepción del entorno de Donald Trump, del que se espera cualquier cosa).

En esa lista están desde la reina de Inglaterra -que ya podría haber aprendido que, cuando se es un anacronismo, más vale portarse bien y adoptar un perfil bajo- al ex alcalde de Barcelona, Xavier Trias, que ya tiene cierta experiencia en estos asuntos y ha vuelto a poner su mejor cara de yo-no-fui, como diría Rubén Blades.

Dependiendo de cada uno, la indignación puede centrarse en algún miembro concreto del colectivo de supuestos mangantes. En mi caso, dada la manía que le tengo por considerarle el máa pomposo enterrador de esa noble forma de la música popular que fue el rock and roll, el inefable Bonolíder de U2 y salvador del mundo en sus ratos libres, es quien encabeza la lista de indeseables.

Esta especie de cura seglar disfrazado de rockero lleva años haciéndose el bueno en todo tipo de foros internacionales, dando consejos a gobernantes y otorgándose una superioridad moral que nadie sabe muy bien de dónde ha sacado. Mientras le pide a la gente que se vacíe los bolsillos para alguna de sus muchas causas nobles, el hombre pone a salvo su dinerito de todas las maneras que se le ocurren.

Hace años trasladó su residencia fiscal a Holanda porque le salía más a cuenta que tributar en su Irlanda natal, donde, al parecer, nadie necesita su dinero desde que terminó la célebre hambruna de la patata. Y ahora lo pillan con la pasta a buen recaudo en algún paraíso fiscal porque una cosa es predicar, que se le da muy bien, y otra dar trigo, opción que se le antoja más que discutible.

Hace tiempo que el insufrible tono santurrón del señor Bono lo ha convertido en motivo de chufla: recordemos aquel concierto en el que se puso a dar palmas espaciadas mientras decía que cada vez que daba una palmada moría de hambre un niño en el mundo, a lo que un espontáneo le gritó: “¡Pues de deja de dar las putas palmadas!”.

Pero la chufla es perfectamente compatible con la indignación, que no se produciría si fuese un millonario más de la lista y nos ahorrara su insoportable moralina.