El 'procés' en los centros educativos

Preservar la convivencia en la escuela

Los docentes deben proteger a los alumnos del ruido político pero sin ocultarles lo que está pasando

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JOSÉ RAMÓN UBIETO

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Las preocupaciones actuales de la comunidad educativa poco tienen que ver con el adoctrinamiento y mucho con la inquietud por tratar bien lo que está pasando. Evitar los silencios, pero también los posicionamientos partidistas en el interior mismo del centro escolar. La mayoría de docentes y centros han tenido alguna experiencia de abordaje de un acontecimiento traumático (muerte brusca, suicidios, accidentes...) y la comunidad educativa, en estos casos, actúa unida. 

Hoy tenemos una novedad importante y es que, frente al conflicto social y político que estamos viviendo, los propios maestros se encuentran divididos, amén de los padres y madres, y en los cursos superiores también algunos alumnos. Este hecho está provocando que algunas escuelas sean reticentes a tratar el tema y opten por un silencio prudente para evitar males mayores. Esta es la tesis que he podido escuchar en boca de varios directores/as de centros educativos a lo largo de varias y extensas reuniones con la comunidad educativa de Barcelona.

Los riesgos del silencio

Parece una postura comprensible, guiada por el saber hacer de estos docentes, con una larga experiencia y conocedores de su realidad. El problema es que este silencio podrá evitar algún conflicto a corto plazo pero seguro que aumenta el riesgo a medio y largo plazo, ya que lo que tenemos que explicar a los alumnos es demasiado importante como para silenciarlo.

Una docente explicaba que los alumnos no paraban de preguntarle sobre el tema. Alumnos de primaria, que querían saber sobre todo qué pensaba ella, su tutora, para de esta manera poder leer la realidad y hacerse una idea. Los niños viven lo que pasa a través de sus adultos más próximos e interpretar el deseo de los adultos les ayuda a posicionarse. Y es por eso que  no dejarán de preguntar esperando respuestas.

Los adolescentes optan más por el grupo de iguales como referencia y para establecer sus lealtades, lo que no excluye que la opinión de los adultos (padres o profesores) no tenga también toda su importancia.

Prevenir conflictos

Si aceptamos, entonces, que a pesar de los riesgos es mejor hablar del tema y que no partimos de la existencia, en los centros educativos, de un conflicto grave -aunque pueda haber habido incidentes esporádicos- la conclusión es que las estrategias que planteemos deben ir encaminadas a la prevención de posibles conflictos futuros. Sobre todo si tenemos en cuenta que el asunto es grave, implica a todos y seguramente durante un tiempo largo.

El objetivo básico debería ser el de preservar a los alumnos/as y a los centros como instituciones educativas del ruido y tensión que genera la acción política (eslóganes, banderas, abuso léxico, posiciones partidistas) que tiene toda su legitimidad, evidentemente, pero que no debería imponerse en la escuela. Por eso, este trabajo, para ser viable, exige el consentimiento previo de maestros y padres, conscientes de su importancia.

Rebajar la tensión facilitará la convivencia y el aprendizaje de los alumnos. Poder generar un clima de trabajo en el centro diferente al que estamos viendo fuera sería una buena enseñanza para ellos y para el futuro de la convivencia social. 

Hablar claro

Preservar la escuela no quiere decir, pues, silenciar ni negar el conflicto.  Todo lo contrario: se trata de hablar y de hacerlo lo más claramente posible para ayudar a los niños/as a entender lo que está pasando y formarse, cada uno en la medida de sus posibilidades (edad y capacidad), una opinión sin que por ello se deba concluir en una toma de posición colectiva como grupo-clase o como centro. 

Las tácticas concretas dependerán de cada centro educativo (territorio, claustro, asociación de padres) y de la edad de los alumnos. Como indicaciones generales podemos apostar por la circulación libre de la palabra sin reproches y sin abusos léxicos. Hablar, por ejemplo,  de fascismo, de traidores, de la existencia de dos sociedades, de ruptura..., es dar consistencia a una lógica de polarización que quizá conviene al mensaje político, pero no al educativo.

Hacer un uso prudente y limitado de las imágenes: hablar de todo no es lo mismo que enseñarlo todo. Aceptar los sentimientos como necesarios e incomparables pero inválidos para sustituir a los argumentos. Favorecer la empatía entre los alumnos, lo que implica entender el dolor del otro sin que por ello debamos renunciar a nuestros principios ni identificarnos a su posición.  Y sobre todo, tener claro que no se trata de buscar la solución única y definitiva, que no existe, sino mantener abiertas las preguntas y las respuestas.