Opinión | Reto soberanista
JOAN J. QUERALT
El cuarto elemento
En la Constitución, ley y derecho no es lo mismo; literalmente: no son sinónimos

Imagen de la calle Aragó con Bailén llena de independentistas. / periodico
La sociedad catalana se divide en cuatro sectores en lo que respecta a la cuestión nacional, en concreto en cuanto a la creación de una república independiente. En primer lugar, encontramos a los indiferentes. En segundo lugar, a los que por tradición, por evolución, por interés..., aspiran a la creación de la república. El tercer sector, opuesto a este último, por idénticas razones considera que Catalunya es parte que no se puede escindir de España. Finalmente, están los que consideran que si hay un problema, que lo hay, ha de resolverse por vías pacíficas y respetando la legalidad vigente. Todos sin la menor tacha de mala fe.
De lo que observo me llama poderosamente la atención que el cuarto grupo, el que se plegaría a la voluntad política expresada legalmente, opte por esta alternativa. La constatación de las cotidianas reiteraciones de los que integran el tercer grupo, el de los que hacen suyo el lema de su jefe de filas («ni puedo ni quiero»), no impide a los del cuarto grupo persistir una y otra vez en la legalidad de todos los pasos.
Método incorrecto
La perseverancia es desde luego una virtud, pero puede, como todo lo exagerado, ser inútil. Repetir siempre lo mismo con idéntico resultado muestra a las claras lo incorrecto del método. Cuando te dicen una y otra vez que la legalidad no se puede cambiar -y sabes que es falso, porque has estudiando el tema-, pero tú, pese a esa respuesta, sigues recentado legalidad y paciencia, cabe preguntarse si el cuarto grupo no forma parte o es un apéndice del tercero.
No obstante, esa persistencia del cuarto grupo en la defensa de las vías –por lo que hasta ahora hemos visto, inútiles para el cambio político- podría deberse a un sentimiento más o menos difuso de lo que convencionalmente podríamos denominar españolismo, algo también legítimo.Sin embargo, conociendo en buena medida a integrantes de este cuarto grupo, atribuirles tibieza españolista es temerario. No son solo catalanes, sino catalanistas como el que más. Parecería una antinomia.
Por tanto, la pregunta es obvia. Si, pese a su catalanismo, el cuarto grupo, de hecho, refuerza al tercero e impide la progresión democrática del segundo, ¿dónde nace su motivación? Desde luego, no en el concepto tradicional de patriotismo simbólico y ruidoso. ¿En el convicción de la supremacía de la ley? No cabe otra salida. A estas alturas les recordaría dos cosas y les formularía un ruego.
Los recordatorios: incluso, en la vigente Constitución –remedo mediocre en este aspecto de la alemana– Ley y Derecho no es lo mismo; literalmente: no son sinónimos.
La ley del embudo
El segundo recordatorio: como dijo el Tribunal Supremo de Canadá, las democracias se basan en la legalidad, por supuesto; pero llegado el conflicto, excepcionalmente, sin embargo, prevalece el principio democrático que es la base de la legalidad. El ruego: que reflexionen al respecto y dejen de apoyar a fin de cuentas a los que interpretan la ley tal como si fuera la ley del embudo, mancillan la democracia y se ríen del diálogo.
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