El proceso soberanista

Los dos ganan y los dos pierden

Sabemos que no hay victoria sin la ley, pero tampoco hay fuerza de la ley sin el respaldo social

Rajoy y Puigdemont, durante el homenaje a las víctimas de los atentados terroristas en Barcelona y Cambrils.

Rajoy y Puigdemont, durante el homenaje a las víctimas de los atentados terroristas en Barcelona y Cambrils. / periodico

RAFA MARTÍNEZ

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Aunque pueda resultar paradójico han ganado los dos: Gobierno y Govern. Pero, lógicamente, no ha ganado ninguno. Cada uno ha ganado sus batallas; pero la guerra sigue abierta.

El Govern, consciente desde el principio de la imposibilidad de alcanzar la independencia por vías legales, optó por una intensa campaña comunicativa de 'posverdades' e internacionalizar el conflicto. Si alguien conseguía la independencia no serían ellos, sino la constancia de una ciudadanía que creía el relato que se le ofrecía y sostendría una rebelión no violenta que pondría el foco internacional sobre el conflicto.  Esa batalla parece ganada puesto que disponen de una ingente masa social hipermovilizada y no hay cancillería europea que no siga a diario los acontecimientos.

El Gobierno, sabiendo que no hay marco normativo que haga posible la pretensión de independizarse del Parlament y que la Unión Europea jamás podría consentir un proceso que, de generar un efecto mimético, destrozaría la Unión, optó por usar herramientas jurídicas (Constitución, tribunales, fiscales, artículo 155). Su victoria es incontestable. Estamos a días de que se destituya al Ejecutivo catalán y se deje sin competencias a su legislativo.

Sin embargo, una mínima formación jurídica te permite afirmar sin ambages que el incumplimiento de los preceptos constitucionales desnaturaliza la democracia y con ello, la convivencia.  Al mismo tiempo, sabemos que una norma intensamente rechazada por amplias capas sociales requiere, más pronto o más tarde, ser modificada. Por tanto, no hay victoria sin la ley; pero no hay fuerza de la ley sin el respaldo social.

La legitimidad del poder

Igualmente, un exiguo conocimiento de ciencia política te permite comprender que la legitimidad del poder no proviene únicamente de la aplicación de una norma o de la simple mecánica de las mayorías. La legitimidad se obtiene cuando desde el poder se intentan resolver los principales problemas de la ciudadanía buscando soluciones que integren a tanta gente como sea posible.

No están legitimados para encontrar la solución quienes, por acción u omisión, nos han llevado hasta ese infernal lodazal

Del mismo modo, un poder político no puede ser insistentemente ajeno a una reivindicación social que aglutine a porcentajes relevantes de población. En definitiva, no hay victorias políticas duraderas sin una sociedad que masivamente las apoye, y no hay mucho recorrido para quien quiere hacer política de espaldas a un sector social significativo.

Amalgamar ambos mundos

Así las cosas, ¿se puede alcanzar la independencia con una revuelta social que, por muy intensa, sistemática y original que sea, solo cuenta con media población? No. ¿Se puede reestablecer el orden legal-constitucional con media población dispuesta a la insumisión? Pues tampoco. Toca pergeñar entonces una solución que sea capaz de amalgamar ambos mundos, y mucho me temo que quienes no están legitimados para encontrarla son los que, por acción u omisión, nos han llevado hasta este infernal lodazal.

Hasta tanto se produzcan esas elecciones autonómicas y estatales que cambien actores y discursos y nos permitan vislumbrar un futuro en común, nos toca sufrir las consecuencias de un escenario de sociedades divididas: emprobrecimiento, odio, desconfianza, tristeza... ¡Qué delicia!