EL ÓRDAGO INDEPENDENTISTA

Pantallas en el Parlament

El cambio de foco generalizado de atención, del parlamento real al ágora virtual, da muestras de la inamovilidad en las opiniones cruzadas de los distintos grupos

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ENRIC PUIG PUNYET

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El pasado 10 de octubre, Carles Puigdemont se personó en el Parlament con la intención de proclamar uno de los discursos más esperados y significativos en la política catalana de los últimos 40 años. Tras una introducción de 20 minutos, trasladó a la audiencia “el mandato del pueblo de que Catalunya sea un estado independiente en forma de república”, mandato que dejó luego en suspensión “para que emprendamos un diálogo sin el cual no es posible llegar a una solución”.

Acto seguido, los distintos grupos parlamentarios intervinieron en turnos de 10 minutos para replicar, lanzar preguntas y observaciones. Cada uno de sus representantes expresó una postura, una respuesta a las palabras que se acababan de proclamar. En ese momento, dentro de las paredes del Parlament, estaba empezando el diálogo que según los deseos del 'president' debía emprenderse inmediatamente.

Como ocurre a menudo en una retransmisión informativa, el contraplano instruyó más que el plano. Ya es habitual en las imágenes de comparecencias políticas que el contraplano muestre a angustiados periodistas tomando notas y registrando el evento con diversos aparatos electrónicos. Autobombo, sí, pero también un pertinente reflejo de nuestros tiempos: tan importante como los hechos que están teniendo lugar, si no más, es la realidad mediática o mediatizada que tales hechos son capaces de provocar.

El contraplano y el ansiado diálogo

Sin embargo ese día en el Parlament, por la importancia del acto, por su solemnidad, por el ansiado diálogo, el contraplano nunca se fijó en los medios, sino en la reacción de los parlamentarios aparentemente dispuestos a dialogar. Todo parecía indicar que, en una sucesión de planos picados, las reacciones de los interlocutores políticos iban a dar cuentas por fin del comienzo del ansiado diálogo.

Pero la imagen no pudo ser más opuesta a las expectativas: el contraplano reveló a los diputados de los distintos grupos parlamentarios completamente ajenos a lo que estaba teniendo lugar en la sala. Mostró una audiencia enteramente replegada sobre sí misma, dirigiendo su atención a lo que ocurría fuera de las paredes, reflejado en sus respectivas pantallas de móvil.

Los diputados de los distintos grupos estaban más pendientes, tras la declaración en el Parlament de Puigdemont, de sus móviles que de lo que sucedía en la sala

No es preciso citar ningún estudio de neurología para comprender la dispersión cognitiva que provoca un desvío del foco de atención. En medio de una reunión de trabajo, nadie tolera que su interlocutor parapete la comunicación mediante un dispositivo electrónico. Simplemente sabemos que supone una pérdida de la atención y denota falta de interés en la conversación que está teniendo lugar.

El cambio de foco generalizado

Ignoramos qué es lo que buscan exactamente los políticos en sus pantallas en lugar de prestar la atención que debería merecer la sala. Pero en cualquier caso, el cambio de foco generalizado de atención, del Parlamento real al ágora virtual, da muestras de la inamovilidad en las opiniones cruzadas de los distintos grupos. Quien escucha acaba prefiriendo las interlocuciones de una burbuja filtrada, las pequeñas o grandes comunidades confortables que Google, Twitter y los medios simpatizantes son hoy capaces de ofrecer a cada uno de nosotros.

Esto es o debería ser inadmisible en un parlamento, vocablo que ya en su propia etimología da cuentas de la importancia del diálogo en su función. El diálogo, y en especial el diálogo político, significa ser capaz de contrastar las opiniones propias con las de la oposición con tal de llegar a un consenso. Significa ser capaz de integrar la diferencia.

Los que han sido elegidos para representar al pueblo deben asumir enfrentarse al discurso opuesto

Los tiempos de Google amenazan esta capacidad. En la red, uno siempre es capaz de encontrar un interlocutor que le dé la razón con argumentos y, más allá, se torna preocupantemente fácil crear una ilusión personalizada en la que uno tiene la impresión de que toda la comunidad le da la razón.

La vuelta de la mirada del Parlament hacia los móviles personales da cuentas de una situación gravísima para el escenario político: los interlocutores no son compartidos en un mismo espacio, sino que cada uno busca la propia comunidad que refuerce inmediatamente su discurso. No hay atención en la sala, luego no hay confrontación y, finalmente, no hay diálogo real.

Hoy la política tiene una responsabilidad adicional. Los que han sido elegidos para representar al pueblo deben hacer frente a la tentación de buscar en sus burbujas filtradas las comunidades convenientes, y deben enfrentarse, en un lugar que es representación de una realidad social, a sus interlocutores reales. Deben asumir enfrentarse al discurso opuesto. El político que solo busca el aplauso no merece el nombre ni el cargo de parlamentario.