Peccata minuta
Sueño y realidad
Si hubiese votado 'sí' el 1-0, denunciaría a los líderes del 'procés' por abusar de mi buena fe
Siempre que discutimos con mis amigos independentistas y les cito, haciéndola mía, la frase de Juan Marsé de que «no me gustan quienes me invitan a este viaje», ellos responden: «¿Así que te sientes más cómodo en España?». Y entonces contrataco con la obviedad de que el Estado español –no España– de Rajoy y sus corbateros rosas me resulta una vergüenza de cazurrería, corrupción, desdén, fijapelo y Constitución de cartón piedra, como los Diez Mandamientos vía Opus Dei. Sí, la actual España de PP y PSOE –como dos amantes furtivos adheridos patéticamente el uno al otro antes de regresar cada uno a su hogar– no es otra cosa que un eco histórico de un animal primitivo con parientes lejanos en la Numancia cervantina. Y ahora que los catalanes se han puesto épicos, España reniega de su siglo de oro y les inunda de policías contemporáneos por haberse inspirado en sus ancestros en materia de honor.
Y es entonces cuando confío a mis amigos que, puestos a escoger entre purgatorio e infierno, no deseo de manera alguna que la ideal República Catalana, tan risueña, tan perfecta, tan musical, tan popular, nazca orgullosamente de sus mentiras fundacionales. A día de hoy, si hubiera votado sí el pasado 1-O, denunciaría a los líderes del 'procés' por abusar de mi buena fe al garantizarme mística y reiteradamente que «la legalidad internacional está con nosotros» (Junqueras, ¡historiador y economista!), que «el empresariado y la banca catalana (sic) están por la labor» (¡Mas, albacea de Pujol!) y que Europa solo anhela futuras Dinamarcas mediterráneas.
Sí-pero-no-pero-glups
Cuando el pasado martes el 'president' compareció solemnemente en el Parlament con una hora de retraso y semblante de funcionario de pompas fúnebres intentando resolver el cubo de Rubik del sí-pero-no-pero-glups, cometió desde su acojonada altivez dos grandes despropósitos: el primero, calificar cínicamente la actitud de su Govern de «generosa»; el segundo, agradecer a la Unión Europea su condena a Rajoy por la brutalidad policial –que comparto– y por su demanda de diálogo –evitando al mismo tiempo ejercer de Celestina entre ley y sainete–, pero callando clamorosamente que toda, toda, toda Europa –¡la gran aliada!– considerase el referéndum de urnas opacas, papeletas domésticas y junta electoral fantasma como algo que iba en serio más allá de una muy emotiva, cívica, más que respetable y nada vinculante ilusión colectiva. Sin la torpeza de Rajoy y sus piolines todo hubiera quedado en que montones de buena gente, guiados por sus profetas a la Tierra Incógnita, habrían vivido un precioso sueño que, como todos los sueños, al despertar se desvanecen como magdalenas sumergidas en el café con leche de la realidad.
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