Alta tensión en Catalunya

Política, emoción, sentimiento

Entregarse a la vanidad es el mayor peligro del servicio público

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MIQUEL SEGURÓ

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Tras el 1-O muchos catalanes estábamos agotados. Llevábamos unas semanas de enconado acelerón dialéctico que nos predisponía a vivir con inusitada intensidad la jornada. Para colofón, el mismo día de la votación asistimos a una violencia física y simbólica muy impactante que la redobló. 

Una emoción es la reacción que el cerebro da a un determinado estímulo externo (visto, oído, olido) o interno (pensado, recordado). Es  una respuesta inmediata, súbita, que de manera transitoria copa por completo el estado psicológico. La última jugada de un partido, la comunicación del resultado de un examen o antes de decir «sí, quiero» son emocionantes trances en los que no existe más perspectiva que la del presente. El tremendismo tiñe por completo la experiencia: o blanco o negro.

Una urgencia inmediata que angosta la perspectiva

Si la política es la gestión de las complejidades de la vida ciudadana, de sus anhelos y sus contradicciones, no debería abusar de las emociones. Primero, porque hay pocos momentos realmente absolutos donde es inevitable que las emociones básicas entren en juego (tristeza, ira, miedo, alegría) para asegurar la supervivencia. Segundo, porque hacer política a partir de la emoción exige generar emoción tras emoción, un sobresalto tras otro, generando una sensación de inmediata urgencia que angosta la perspectiva. Y tercero, porque se gesta una bomba de relojería que en ocasiones puede ser difícil de controlar, sobre todo cuando se alientan las emociones negativas en relación al otro.

Esto no significa que debamos reprimir la respuesta emocional en la gestión de los conflictos. Al revés. Pero junto a la emoción, la neuropsicología habla de sentimiento, que contempla como la suma combinatoria de emoción y pensamiento. Es la experiencia individual elaborada de una respuesta emocional, la interpretación personal desarrollada a partir de una serie de sensaciones. Los sentimientos trascienden el arrebato emocional y se prolongan en el tiempo, proyectando la perspectiva presente al futuro.

Abrir la puerta a la deliberación

A diferencia de las emociones, para la política los sentimientos pueden ser un buen aliado. Nos movemos en los terrenos de la angustia, la empatía o el amor, así que los relatos de convivencia no pueden obviar esta faceta tan nuclear de nuestra condición. Con los sentimientos, además, se puede dialogar, personal y colectivamente, porque en ellos interfiere el pensamiento y la capacidad discursiva. Son relativos, así que se pueden contrastar, y es más fácil que uno pueda ponerse en el lugar del otro. Claro que también son menos efectivos a la hora de generar un momento cumbre y respuestas populares más homogéneas que puedan ofrecer un determinado rédito electoral. Abren la puerta a la deliberación.

La política debe hacerse con cabeza, decía Max Weber (1864-1920). Por eso añadía que los profesionales de la política deben conjugar sus convicciones personales y políticas con la responsabilidad de administrar bien la convivencia. Hacer otra cosa sería entregarse a la propia vanidad, el mayor peligro del servicio público, además de una temeraria irresponsabilidad.