La ficción y la realidad

Corto y cambio

En la misma semana unos han anunciado que se van y otros han dicho que vuelven

ilustracion  de  leonard  beard

ilustracion de leonard beard / periodico

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR

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Sirve el título de aquella película de Monte Hellman, 'Carretera asfaltada en dos direcciones'. En la misma semana unos han anunciado que se van y otros han dicho que vuelven. A los últimos llevaba días esperándolos con mucha ilusión. Primero llegó Corto Maltés y, al día siguiente, 'Blade Runner'. El de Corto es un cuento de tiempos antiguos, inicios del siglo pasado, hace ya cien años. Y 'Blade Runner' transcurre en un futuro cierto, que es como el futuro incierto pero en versión chunga.

Corto Maltés sabe perfectamente quién es. En 'Blade Runner' planea todo el rato la duda de si seremos de verdad o replicantes. Nuestra historia ha consistido en partir en busca del continente perdido de Mu para acabar llamando a la puerta de Tannhäuser. 

"Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y que no quiere cambiar de tema", dice alguien en 'Equatoria'

Ironía y dolor

Corto vive en un mundo abierto, hecho de cielo y de océanos. Deckard está atrapado en un ambiente sellado, hecho de noche y de la lluvia que persiste como una naturaleza muerta. Lo dijo Joseph Conrad en su libro 'El espejo del mar', lo único que un marinero desea es ver, y Corto Maltés es la mirada oculta bajo la visera de su gorra de marino, la mirada insaciable de quien ha comprendido. No en vano es maltés. Lleva en el Mediterráneo desde tiempos de las Cruzadas; desde mucho antes, desde que en su isla la ninfa Calipso retuvo en la gruta a Ulises muerta de amor.

Corto Maltés es la media sonrisa, el cigarro. En 'Blade Runner' el desencanto no acaba en ironía sino en dolor, con lágrimas en la lluvia. Pero el llanto es una forma de exhibicionismo y a Corto no le gusta la ostentación. Al final de su vida se alista calladamente en las Brigadas Internacionales para combatir el fascismo. El discurso de 'Blade Runner' es un grito lleno de egolatría y opereta: "He visto cosas que vosotros no creeríais...". 

Solo un replicante puede hablar así en serio, alguien que aspira a ser humano saltándose todas las edades del hombre. Hugo Pratt ha pasado por el Renacimiento, fue un escritor, un dibujante italiano, que había heredado aquella visión del mundo que se llamó humanismo. Simboliza la Europa culta que luego hemos celebrado en Claudio Magris. En Philip K. Dick están la Norteamérica horrorizada de sí misma y la escritura como cruel oficio a tanto la palabra. Hugo Pratt es un moderno, lo mismo que lo fue Dante, igual que lo ha sido cada generación de Europa.

Dick, al igual que Edgar Allan Poe, está fuera del tiempo porque en el infierno no hay nada más que dolor. "Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y que no quiere cambiar de tema", dice alguien en 'Equatoria', la nueva aventura de Corto. Y en eso ha consistido esta semana, en huir del dolor y del fanatismo.