Al contrataque

Cuando convives con el horror

Si no dan ambos ese paso atrás demostrarán que lo único que les preocupa es el poder. Y no la gente a la que representan

Rajoy y Puigdemont

Rajoy y Puigdemont / jma

JORDI ÉVOLE

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Duermo en la azotea de un edificio. Al raso. Rodeado de soldados que hacen guardia. Nos han dicho que es el lugar más seguro de este bloque de pisos, convertido en su planta baja en un pequeño hospital de la Media Luna Roja.

A lo lejos, o no tan lejos, se escuchan bombardeos aéreos y artillería que van dirigidos a los combatientes de una ciudad sitiada. Pero en esa ciudad no solo hay combatientes. También hay civiles. Ahora se escuchan ráfagas de tiros, no sé si de metralleta o de kalashnikov, que yo no distingo, que no he hecho ni la mili.

Mientras cojo el sueño, que hasta así uno coge el sueño, me doy cuenta que llevo diez años viajando para descubrir historias que luego intentamos contar por la tele. Pero ninguna tan bestia como esta. Nunca había estado en una guerra.

Me he ido de mi país, para estar por primera vez en una guerra, en la semana más intensa de la última década. Recibo mensajes de preocupación, de incertidumbre, de miedo

Miro a mi alrededor y lo que veo son chavales y chavalas. No superan los 30 años. Están en la primera línea del frente, en unas condiciones que a cualquiera de nosotros nos parecerían infrahumanas. Duermen en el suelo sobre colchonetas que no superan los tres centímetros de grosor, con su arma al lado. Condiciones higiénicas, las justas. Comen el rancho que les traen: los cuatro días que hemos convivido, arroz con pollo. Y se están jugando la vida. Igual los hay, pero no me he topado con ningún líder político en el frente. 

Desbordados grupos de WhatsApp

Amanece. Y al hospital llegan los heridos de la noche. Primero, dos abuelos y un niño de unos 8 años. Luego la madre y las hermanas del niño. Al poco descubren que a su pequeño lo han envuelto en una manta. No se ha podido hacer nada. El drama, el horror se define en ese momento.

Nos dirigimos al centro de prensa, por decirlo de alguna manera. Allí hay internet. Y los grupos de WhatsApp de amigos, de familia, de padres del cole... andan desbordados. Me he ido de mi país en la semana más intensa de las últimas décadas. Recibo mensajes de preocupación, de incertidumbre, de miedo. “¿Qué va a ser lo siguiente?”.

No tengo ni idea. Pero ahora que por primera vez he visto lo que es una guerra, sé lo que no quiero. Lo tengo clarísimo. No hay causa que merezca este horror. Y no hay político que se pueda permitir jugar con fuego con su población. No digo que no haya causas justas. Pero igual se pueden conseguir de otras maneras. ¿Hay que tensionar hasta este extremo a tu población para conseguirlas? ¿Hay que pedirles demostraciones de fuerza con banderas para ver quién puede más? Creo que ha llegado el momento de dar un paso atrás, que no tiene que ser sinónimo de rendición. Un paso atrás de los que eligieron la vía de la represión. Un paso atrás de los que eligieron la vía unilateral. Un paso atrás de todos. Los que den ese paso atrás serán los valientes. Los que eviten males mayores. Los que no lleven a su pueblo al abismo. En el abismo es el pueblo el que acaba en las trincheras. No ellos. Si no dan ese paso atrás demostrarán que lo único que les preocupa es el poder. Y no la gente a la que representan.