La vida de una familia tozuda

He leído que está en marcha un proceso para continuar, tan rápidamente como sea posible, la edificación del templo de la Sagrada Família. Y he pensado en las familias que no son sagradas. Las que constituyen una red social básica en la construcción de nuestras vidas.

No es raro oír que alguien dice de otra persona es «como de la familia». Ya nos entendemos, pero es prudente, a veces, poner un límite a la familiaridad. Sobre todo cuando el contacto se produce sin antecedentes.

Observo con admiración, el progreso que ha logrado el tuteo. Que nadie piense que soy uno de esos que afirman: «cualquier tiempo fue mejor». Creo que entre mis defectos no sería justo calificarme de carcamal, es decir, de persona decrépita y achacosa. Mi vejez es todavía –provisionalmente– discretamente válida.

Recuperando el tema, es indiscutible que el tuteo ha adquirido una naturalidad absoluta en ámbitos o en momentos cada vez más extensos. Yo mismo ya hace años que soy tuteador, más allá de las relaciones familiares. Ha influido mis relaciones con periodistas. Ellos me dicen: «Me gustaría entrevistarte. ¿El martes te va bien?»

Hay oficios que tienen eso: hermanan. Para decirlo menos literariamente, hay conciencia de formar parte del mismo gremio. Un gremio sin unas jerarquías oficialmente establecidas. El caso de la Sagrada Família es un ejemplo notable de la capacidad de evolución de los valores que tenemos los humanos. Nació como un gran proyecto imaginativo. Y fue considerado por muchas personas un disparate. Algunos barceloneses opinaron que aquella rareza debía ser destruida.

Hace poco que he leído que los yihadistas de Ripoll querían atentar contra la Sagrada Família. Cuando se había celebrado el récord de 100.000 opiniones, según Tripadvisor, por delante de la Torre Eiffel y del Coliseo de Roma. Es el monumento más comentado en internet, explica Cristina Savall.

Cuántas iniciativas han sido consideradas una locura.