Opinión | Editorial

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Un oportuno Nobel de la Paz

La ICAN es un buen ejemplo del poder que pueden ejercer las personas desde ámbitos locales y con una buena coordinación

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En esta ocasión el Premio Nobel de la Paz no podía llegar en mejor momento. Desde los no tan lejanos años de la guerra fría, nunca como ahora la amenaza nuclear se había hecho tan presente. El régimen de Corea del Norte fía su supervivencia a este tipo de armamento, haciendo además alarde de sus progresos en este terreno. Y si desde aquel pequeño país asiático llegan constantes muestras de insensatez, al otro lado del Pacífico, en EEUU, encuentran a un presidente desnortado y lenguaraz, en conflicto por otra parte con su Departamento de Estado, dispuesto a dejar caer el acuerdo con Irán destinado a detener el programa nuclear de aquel país con fines militares. La Campaña Internacional para Abolir  las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés) ha logrado que se aprobara el Tratado para la Prohibición de Armas Nucleares el pasado julio, pero queda mucho camino por recorrer. Los países firmantes, 122, carecen todos ellos de arsenal nuclear. Por ello, el premio es también una forma de señalar a las nueve potencias nucleares existentes (EEUU, Rusia, el Reino Unido, Francia, China, la India, Pakistán, Israel y Corea del Norte), a las que el comité del premio ha instado a abrir negociaciones para reducir de una forma equilibrada las 15.000 armas nucleares que hay en el mundo. Formado por decenas de organizaciones de un centenar de países, la ICAN es un buen ejemplo del poder que pueden ejercer las personas desde ámbitos locales y con una buena coordinación.