Peccata minuta

Señores presidentes

A la patriótica arrogancia de Puigdemont y Rajoy debemos estar viviendo una oscura y evitable pesadilla

Mariano Rajoy y Carles Puigdemont se saludan antes de su reunión en la Moncloa.

Mariano Rajoy y Carles Puigdemont se saludan antes de su reunión en la Moncloa. / periodico

JOAN OLLÉ

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En 1954, Boris Vian escribió la letra de la canción 'Le deserteur', que a lo largo de sus 63 años de vida ha sido versionada en una infinidad de lenguas. Dicha canción fue escrita a caballo de las guerras de Indochina y Argel y dedicada al presidente francés René Coty, antecesor de Charles de Gaulle. Sus primeras palabras dicen: «Señor presidente, le escribo una carta que, si dispone de tiempo, tal vez leerá. Acabo de recibir mi cartilla militar para irme a la guerra el próximo miércoles. Señor presidente, no quiero ir, no he venido a la Tierra para matar a la buena gente. No es para enojarle, pero debo decirle que la decisión está tomada: voy a desertar».

Ni el próximo lunes será miércoles ni esto es Indochina ni Argel, pero la profunda tristeza, la inquietud y el miedo vividos esta semana me invitan también a mí a escribir una carta no a un presidente, sino a dos, a cuya patriótica arrogancia debemos estar viviendo una oscura y evitable pesadilla que se ha llevado al garete los últimos y delicados compases del verano.

Dormida la borrachera y de vuelta a la realidad

Señor Puigdemont, haga acto de contrición de todas las mentiras y medias verdades que, con la extrema complicidad de la radio y la televisión pública, han llevado a las urnas a menos de la mitad del censo; relea atentamente la prensa europea y compruebe que ni un solo párrafo (ni Europa ni el Vaticano) bendice las virtudes de su referéndum ni aun mucho menos las de su DUI, que dividiría muy seriamente a esta entidad que ustedes denominan «el pueblo catalán» (hay muchos pueblos en un pueblo, casi tantos como personas, señor 'president'); que las empresas más emblemáticas de Catalunya están huyendo a la desbandada (¿trasladarán la sede de la Generalitat a Perpinyà?); que incluso en su inquebrantable Govern –dormida la borrachera y de vuelta a la realidad– algunas voces se preguntan cómo la cosa ha podido ir tan peligrosamente lejos. Un consejo amigo: no se ampare cerrilmente en que la hilarante y nocturna ley de transitoriedad política le obliga a declarar la independencia en 48 horas; una vez transgredidas y tergiversadas tantas normativas, ya no viene de una. La paz no tiene prisa.

Señor Rajoy: no sabe cómo la cagó enviando tropecientos mil uniformados para satisfacer al ala más extrema de sus votantes. Se habría ahorrado demasiados heridos y mal rollo, muchísimo dinero y la absoluta reprobación de esta Europa que no quiere escisiones pero tampoco salvajadas. Total, ¿para qué si el tal referéndum era un artículo de broma? Y, sobre todo,  no presuma de haberlo hecho en nombre de los no independentistas; a muchos nos repugnan tanto las balas de goma de los unos como las de los otros.

Una de las estrofas finales de la canción dice así: «Si hay que derramar sangre, derrame usted la suya; usted es un buen apóstol, señor presidente». O presidentes.