Llorar no es de cobardes
¿Por qué no dejan paso a otros interlocutores si tanto presumen todos de patriotas?
Carles Francino
Periodista
CARLES FRANCINO
Piqué no fue el único. A las 15.15 de ayer, en un domicilio de Madrid, cuando aún no se sabía si el Barça-Las Palmas se jugaría o no, se vivió la siguiente conversación.
--Papá, ¿qué te pasa? ¿Por qué lloras viendo la tele?
--Nada, no te preocupes. Ya te lo explicaré algún día.
--Pero ¿están matando a alguien?
--No, no, matar no matan a nadie. Tranquilo.
Cuando un niño de 7años ve llorar a su padre, ese ser con el que a veces ya discute pero al que sigue contemplando como una especie de superman, algo se le desarma por dentro; lo digo por experiencia. Por eso no quería que ayer me pillara; pero me pilló. Y me jode, pero no me avergüenzo. Algún día, efectivamente, tendré que explicarle cómo la ineptitud, la ambición y el sectarismo iluminado de unos cuantos nos colocó a todos los demás al borde de su precipicio; porque es ahí donde estamos.
No podemos quedarnos en las lágrimas
Nada será igual después del sonrojante espectáculo de ayer. Si el Gobierno español --o quien sea que mande ahí-- tenía alguna esperanza de recuperar crédito en Catalunya con una exhibición de autoridad, habrá que darle el Oscar al más torpe de la clase; o al más malintencionado… ¿A quién carajo protegían los que repartían porrazos y empellones a mansalva? Desde luego, ¡qué menos que echarse a llorar! Pero no podemos quedarnos en las lágrimas. Hoy, más que nunca, es el momento de defender las ideas, y, sí, ¡¡de tender puentes, de buscar diálogo!! Aunque a muchos les suene a chino. Ya lamento no tener el convencimiento épico de los más apasionados, pero en este día siguiente --que no es final de nada-- me sigo negando a que me empaqueten. Reivindico el derecho a tener opinión propia en cada uno de los muchos elementos que componen este delicado puzle.
Así que no creo que a estas alturas deba recordar cuál es mi posición en todo este lío, pero lo haré.
Un debate perverso y falso
Catalunya vive desde hace años una erupción reivindicativa y de cabreo, que ha cristalizado en una exigencia masiva de ser consultados y en un movimiento soberanista de enorme potencia. No todos los cabreados y los que reivindican son independentistas, pero éstos son los únicos organizados; y muy bien organizados.
Eso que hemos venido en llamar Estado español (que es bastante más que el Gobierno) no se ha dado por aludido y ha disparado aún más el sentimiento de humillación en amplias capas de la sociedad catalana. Solo eso puede explicar que una fuerza antisistema --y con solo 350.000 votos-- como la CUP lleve el bastón de mando desde hace meses.
Fue precisamente la defenestración de Artur Mas, cuya cabeza exigió la CUP, y la llegada de Puigdemont y su equipo lo que aceleró la hoja de ruta a través de un atajo impresentable y suicida que cristalizó en el Parlament con la aprobación de las leyes de ruptura, ignorando a la oposición y a la mitad de los catalanes.
Y así estamos; en un debate perverso --y falso-- entre legalidad y legitimidad, con el concepto democracia como arma arrojadiza entre unos y otros, con insultos propios de otras épocas y con muchos ciudadanos --muchísimos-- frustrados, a la intemperie; y asustados, porque todo es susceptible de empeorar. Así que, ¿por qué no dejan paso a otros interlocutores si tanto presumen todos de patriotas? En fin, no creo ser ni mal catalán ni mal español por pensar --y sentir-- así. Tal vez un poco llorica… Espero que mi hijo me lo perdone.
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