Tras el 1-O

Indigestión de la derrota, gestión de la victoria

España echó la carta de la violencia policial a la papelera de la historia porque la usó de forma ilegítima

Unos jóvenes muestran su repulsa a las violentas cargas policiales de ayer, en la plaza Universitat.

Unos jóvenes muestran su repulsa a las violentas cargas policiales de ayer, en la plaza Universitat. / periodico

XAVIER BRU DE SALA

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Que el Estado perdiera el combate histórico del 1-O por diez a cero no significa que no se pueda recuperar. Que el independentismo ganara de una manera tan abrumadora, aún más en la calle que en las urnas, tampoco significa que no pueda retroceder en apoyo social y en imagen internacional. Cantar victoria antes de tiempo puede ser muy peligroso.

Lo que puso al bloque constitucional contra las cuerdas fue el comportamiento de los cuerpos policiales desplazados a Catalunya. Una actuación nefasta, una violencia injustificada, más estúpida cuanto más innecesaria la consideremos. Y por si fuera poco ineficaz. A ojos de los catalanes y del mundo, hubo referéndum. Cerca de tres millones intentaron votar y más de dos lo consiguieron. El relato es independentista.

Es ya imprescindible preguntarse por la capacidad del Estado a la hora de imponer sus decisiones, aunque sea bajo el amparo de una legalidad que nadie le discutía y con el apoyo internacional a punto de tambalearse. El domingo, España echó la carta de la violencia policial a la papelera de la historia porque la usó de forma ilegítima. Los pueblos y las calles de Catalunya ya no son suyos. Esto es lo primero que deben interiorizar, aunque no lo reconozcan en público, Rajoy y sus aliados, empezando por la prensa que controla.

Cambiar banderas

Ahora bien, en vez de rectificar y, por ejemplo, cambiar las banderas españolas que inundan los balcones de Madrid por banderas catalanas, todo lo que saben hacer las mentes elefantiásicas que dirigen España es esperar a que el Parlament de Catalunya proclame la DUI. Es decir, que el independentismo se precipite a dilapidar la victoria ante las cancillerías de Europa y los catalanes deban optar entre las dos administraciones, empezando por el pago hamletiano de impuestos. La cuestión es negar la evidencia de una gravísima derrota del más fuerte, de consecuencias más nefastas para España cuanto más tarde en asimilarla. Tragarse el orgullo, digerir el fracaso y, antes de empezar a formular propuestas negociadoras, decretar la amnistía para recuperar parte del terreno perdido.

Tan peligrosa como la indigestión de la derrota puede ser la gestión de la victoria. El domingo, una parte muy significativa del cinturón -gracias, Núria Marín-, además de Sant Cugat y Matadepera, se unieron a la mesocracia catalana, hay que suponer que más que menos conscientes de seguir el guion de la CUP, autora de la hoja de ruta que nos lleva del 27-S hasta la DUI. Con estos avales insospechados, la DUI parece inevitable. Gracias a la división o la abstención de CSQP, será validada por diputados que representen la mayoría de los votos del 27-S.

A partir de aquí convendría conferir un amplio poder para gestionarla al president Puigdemont, de modo que pudiera abrir un periodo de negociación de unos meses antes de hacerla efectiva, presentar una oferta de asociación desde la soberanía mutua o solicitar la mediación europea. En el desconcierto internacional, la gestión de la victoria catalana es tan complicada como la indigestión de la derrota del estado.