El día de la infamia

La abominable violencia policial deslegitima a Rajoy, pero no legitima el trágala independentista

La Policía Nacional carga en la escuela Ramon Llull de Barcelona.

La Policía Nacional carga en la escuela Ramon Llull de Barcelona. / periodico

LUIS MAURI

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Porrazos, sangre, aullidos, dolor, impotencia, rabia… Ciudadanos pacíficos pateados, arrastrados, golpeados, centenares de heridos y contusionados, algunos de gravedad como ese hombre intervenido de urgencia por el impacto de un proyectil de goma en el rostro. Son ciudadanos pacíficos, no profesionales de la guerrilla urbana, que tratan de ejercer un derecho, el de voto, que el Gobierno independentista les ha prometido de forma tramposa, sin fundamento jurídico o contra el fundamento jurídico, pero a quienes en cualquier caso asiste el derecho a la libertad de expresión y de manifestación pacífica.

Desde la óptica del Gobierno central, el referéndum independentista estaba desactivado desde la víspera. La Guardia Civil había inutilizado el sistema informático de gestión de resultados. Muchos colegios electorales tenían el cierre asegurado de antemano. Hasta el Ejecutivo catalán había admitido que el 1-O no sería un referéndum canónico y por lo tanto no homologable al anunciar minutos antes del inicio de las votaciones un cambio forzoso de las reglas del juego.

¿Cuál era el objetivo?

Entonces, si el referéndum estaba desbaratado de antemano, si lo único que quedaba en las calles y los colegios electorales eran ciudadanos manifestando un anhelo político, ¿qué objetivo perseguía el uso desproporcionado de la violencia policial?

¿La orden del Ministerio del Interior respondía a un error de cálculo? ¿Las agresiones policiales se desencadenaron espontáneamente al margen de esas instrucciones? Ambas hipótesis son muy improbables, pero de las dos debiera desprenderse la asunción de responsabilidades políticas al máximo nivel. Por el contrario, escuchadas las explicaciones de Mariano Rajoy al término de la jornada de la infamia, parece claro que la orden y sus consecuencias fueron fruto de un cálculo y de una voluntad políticos muy determinados, lo cual debería conducir a la misma casilla que el caso anterior: la asunción de responsabilidades.

Bandeja de plata

Lo más inquietante es que las lamentables imágenes del día refuerzan las posiciones de los dos bandos nacionalistas que han arrastrado a Catalunya, y también al conjunto de España, hasta este punto indeseable, realmente peligroso. La fuerza icónica del martirologio y la sangre inocente brinda en bandeja de plata a los independentistas el refuerzo épico y la expansión emocional de su causa. Y logra, ahora sí, atención, internacionalizar el conflicto. El PP, que no tiene nada que perder en Catalunya porque hace ya mucho tiempo que lo perdió todo, se robustece en el flanco nacionalista español dando satisfacción a las demandas más primarias de los suyos.

Esto plantea de nuevo la cuestión de las legitimidades. ¿Están legitimados los políticos que han conducido al país a esta situación para buscar una salida? Desatar una tempestad de violencia sobre la población pacífica, máxime cuando se ha proclamado que la ilegalidad que se persigue ya no puede ser cometida, no procura legitimidad a Rajoy. Pero sería un sofisma excusarse en el día de la infamia para legitimar el trágala independentista anunciado por Carles Puigdemont, que no por los golpes policiales es menos arbitratrio.