Análisis
Generalitat intervenida y crisis de régimen
La Constitución que ha servido de coartada jurídica para laminar las libertades nacionales de Catalunya ha perdido toda su utilidad. El régimen del 78 ya ha entrado en crisis
Enric Marín
Periodista y profesor de la UAB
ENRIC MARÍN
La desviación de cinco grados de una trayectoria es prácticamente imperceptible en el recorrido inicial. Pero a medida que nos alejamos, la distancia se va haciendo más y más grande. Eso es lo que ha pasado con el encaje de Catalunya y España desde 1981. El reconocimiento de la Generalitat fue anterior a la aprobación de la Constitución del 78. Y es evidente que cuando la Constitución habla de nacionalidades no está invocando las singularidades nacionales de comunidades autónomas como Ceuta, Melilla o Madrid. No hace falta una gran perspicacia para sospechar que los ponentes estaban pensando en los hechos diferenciales catalán, vasco o gallego. Y de estos, por población y peso económico, el más relevante es el catalán. Sin un encaje plenamente satisfactorio de Catalunya, el proyecto del Reino de España esbozado en el texto constitucional del 78 no es sólido ni viable. Había que romper con las inercias del franquismo, había que dar plenas garantías lingüísticas y culturales y había que asumir una bicapitalidad efectiva entre Madrid y Barcelona. La lógica económica y política así lo aconsejaba. Hace 15 años, esa fue la propuesta del 'president' Maragall. Propuesta que fue recibida como si fuera subversiva. Para las autistas élites españolas lo era, y como tal fue tratada. Fue uno de los últimos errores. Pero el de este septiembre ha sido el peor de todos.
Hoy, la desviación de la trayectoria ya es abismal, y la desafección, insalvable. Interviniendo la Generalitat, desactivando el autogobierno y deteniendo a cargos públicos, el Gobierno de España y la horda mediática que lo convoya deben creer que han salvado la 'honra', pero han perdido los barcos. Y no solo en Catalunya. La crisis ya es la crisis de España, con dimensión internacional.
Rajoy no es un buen gobernante. Tampoco estúpido, probablemente. Pero un error invita a otro. Y cada nuevo error agrava más la situación. Y algunos errores significan un salto cualitativo irreversible. Como la sentencia del 2010 sobre el Estatut o la intervención grosera de la Generalitat estos días. Este último ha sido el movimiento definitivo. Tiene dos efectos muy relevantes: aleja al máximo los marcos mentales español y catalán, y amplía la base social de la revuelta democrática catalana. Es cierto que el dispositivo material del referéndum ha quedado muy afectado, pero se votará y la movilización por el derecho a la autodeterminación en Catalunya ya es imparable. Rajoy ha roto el pacto constitucional en dos tiempos. En el 2010 en Catalunya y ahora en todo el Estado. La Constitución que ha servido de coartada jurídica para laminar las libertades nacionales de Catalunya ha perdido toda su utilidad. El régimen del 78 ya ha entrado en crisis. También en eso se equivocó Aznar: Catalunya no se romperá antes que España. La unidad civil catalana es más fuerte hoy que hace dos semanas. Mientras tanto, los medios de comunicación internacionales observan con asombro como los fantasmas del secular autoritarismo español se vuelven a hacer insoportablemente visibles.
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