La nueva vieja economía

Las grandes tecnológicas deben saber actuar a nivel local reduciendo el impacto de sus operaciones en la sociedad y pagando impuestos donde tienen a sus consumidores

Un 'smartphone' con el logo de Facebook.

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Olga Grau

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La transformación digital ha dado lugar a conceptos como nueva economía o economía colaborativa. Pero, en definitiva, por más glamur que se le quiera dar, se trata de negocios con consumidores y beneficios, aunque la escala sea global. La digitalización ha cambiado la manera como se intercambian los bienes y estos a veces son virtuales en lugar de materiales, lo que dificulta gravar las bases imponibles y aplicar impuestos como el de sociedades o IVA.

Cuando un consumidor elige ver una película en una plataforma como Netflix, comprar un producto en Amazon o descargar una aplicación en Apple no sabe donde están los desarrolladores de esa tecnología, ni el equipo de ventas y atención al cliente, y desconoce por completo donde está domiciliada la compañía prestadora de esos servicios. Y no solo lo desconoce el consumidor, tampoco lo saben en muchos casos las autoridades del país en el que se encuentra el cliente de ese servicio, que son las responsables de recaudar los tributos con los que sostener las finanzas públicas y el estado del bienestar.

Los grupos tecnológicos como Apple, Amazon, Airbnb, Uber, Google o Facebook domicilian sus operaciones en países de baja tributación, donde de forma perfectamente legal, acaban pagando prácticamente cero. Bruselas calcula que las ventajas fiscales ofrecidas por Irlanda permitieron a Apple librarse de 13.000 millones en impuestos entre 2003 y 2013.

Los líderes europeos, con Francia, Alemania, España e Italia a la cabeza, están intentando meter mano a una situación que se ha convertido en un coladero por el que escapan miles de millones en impuestos. La iniciativa europea suscrita ya por 10 países reclama una tasa sobre la facturación de las empresas tecnológicas a mediados del 2018. Pero se ha encontrado con la oposición de países como Irlanda o Luxemburgo cuya competitividad se basa precisamente en la fiscalidad. De nuevo, la fragmentación de los modelos económicos de la eurozona dificulta homogeneizar las reglas del juego.

La nueva economía digital es exitosa porque los clientes la quieren y la usan. El éxito con el que se propagan servicios como los que ofrecen Uber y Airbnb en el mundo son un ejemplo de que cubren una demanda o saben crearla de la nada. Sin embargo, estos grandes grupos globales deben saber actuar de forma local si quieren sobrevivir en el futuro. Deben ser capaces de negociar con las comunidades locales para tratar de reducir el fuerte impacto de sus operaciones en los sectores tradicionales y deben pagar los impuestos donde tienen a sus consumidores. Solo de esa manera contribuirán de verdad al bien común y no al suyo propio.