Dos miradas

Código genético

La celebración de la victoria en el Parlament fue muy a la catalana. Es decir, magmática y tranquila. Y tan surrealista como el caso de la señora Pilar Abel

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JOSEP MARIA FONALLERAS

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Quiso el azar que la tarde en que se instituía un nuevo orden legal, a la misma hora, la señora Pilar Abel se enterara de que no era hija de Salvador Dalí. Sabe mal por la pitonisa, que, a pesar de parecerse a él, no podrá decir nunca más que es hija del pintor. Pero las cosas son como son y el ADN no falla. En el Parlament de Catalunya, en cierto modo, también hubo un conflicto en torno a la genética. ¿De quién somos hijos? ¿De la Transición, que lo moderó todo para que nada fuera ni demasiado así ni demasiado asá? ¿De la historia soberana de la Catalunya medieval? ¿De la España que nadie sabe a ciencia cierta cuándo fue la España que ahora conocemos?

En el Parlament tuvimos la sensación de vivir una tarde lluviosa de Wimbledon: cuando se interrumpe el partido, se cubre la hierba con un plástico verde y todo el mundo espera hasta que la nube se desvanece. Más allá de la tormenta, de las trifulcas, del filibusterismo, del ajetreo, de las dudas de la mesa y de las bravatas de la oposición, el partido se reanudó en el punto que tocaba. Dilucidar de dónde venimos y pensar a dónde vamos. Saber si somos hijos de una nación que puede decidir qué hace o qué deja de hacer, o si provenimos de un Estado que lo impide.

La celebración de la victoria fue muy a la catalana. Es decir, magmática y tranquila. Y tan surrealista como el caso de la señora Abel. El 'president' Puigdemont firmó el decreto con un bolígrafo de la ONCE donde se podía leer: «El día de la ilusión»