Sin credibilidad no hay milagros

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Ramón Lobo

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No deberíamos confundir los tres planos: refugiados sirios, migración y terrorismo. Los primeros huyen de una guerra civil que ha causado 321.000 muertos y 145.000 desaparecidos, según los datos anunciados en febrero por el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. Los de hoy son peores. Los refugiados sirios padecen cada día lo que hemos vivido en Las Ramblas y Cambrils en forma de coches bomba, disparos de artillería, francotiradores y bombardeos. Son supervivientes, personas que anhelan rehacer sus vidas.

Entre 2015 y 2016 más de 1.3 millones de refugiados cruzaron el Mediterráneo y el Egeo en busca de Eldorado. Sus países preferidos eran Alemania y Suecia, los que tienen políticas de acogida más inclusivas.

Alemania recibió 890.000 refugiados en 2015 y más de 476.000 peticiones de asilo. La política de fronteras abiertas de Angela Merkel se acabó en la noche del 31 de diciembre con el caso de abusos sexuales en Colonia. Pese a que solo tres de los 58 detenidos era refugiados, sirvió de material incendiario para la extrema derecha. Merkel reculó ante las críticas desde su propio partido. En marzo de 2016, la UE firmó un pacto vergonzante con Ankara. Suponía el fin de la generosidad. Pese al cierre, ese año llegaron a Alemania 280.000 refugiados.

Bajo la generosidad alemana late un interés económico, como explica el artículo titulado “Lessons from Germany’s refugee crisis integration, cost and benefits”, publicado en la web de 'World Education News + Reviews' (WENR). Los refugiados pueden ser la solución a largo plazo del declive de la población europea. Para conseguirlo deben convertirse en una fuerza laboral y sentirse uno más (y pagar impuestos). Alemania destina fondos para facilitar un aprendizaje básico del idioma (también en Suecia), cursos que ayudan a entender la sociedad de acogida y otros destinados a mejorar sus habilidades profesionales.

Según WERN, el 9% de los refugiados que llegó en 2015 logró trabajo al año siguiente. Pese a ser una cifra modesta, el proceso funciona: tienen empleo el 22% de los que entraron en el país en 2014 y un 31% de los que lo hicieron en 2013. A través del trabajo pueden sentirse útiles a la sociedad de acogida y a su familia. Recuperar la dignidad mejora la integración.

Crisis y racismo

Los atentados de París y Bruselas sirvieron para alimentar el miedo al refugiado, pese a que los perpetradores, igual que en el caso de la matanza de dibujantes en la revista satírica 'Charlie Hebdo', eran personas nacidas en Francia y Bélgica. Tenemos un problema con las segundas y terceras generaciones de inmigrantes musulmanes, hijos y nietos de los que llegaron a Francia en los años 60. La mayoría era nacionalista y poco o nada religioso.

Algo pasa con los jóvenes que no se sienten de ningún sitio. Hablan francés y se han educado en unos valores republicanos, pero se sienten excluidos. Es una mezcla de crisis económica y racismo lo que les expulsa. La célebre 'Liberté, Fraternité e Igualié' está reservada a los blancos. No sirve en las 'banlieue'.

Será más fácil integrar a los refugiados sirios que corregir los problemas de integración de los inmigrantes no refugiados. Existen cuatro modelos. El multicultural se basa en una integración desde el respeto a la diversidad de credos y costumbres (Suecia). La asimilación que fuerza al inmigrante a aceptar los valores nacionales (Francia). La que crea guetos porque los separa del resto de la sociedad (Bélgica y el emblemático barrio Molenbeek). El cuarto es el dejarles estar, el que ha regido en España. Solo funciona más o menos el primero.

El Reino Unido tiene problemas con las comunidades paquistanís. El 'brexit' ha desatado una fobia al extranjero, ¿o es al revés?. Todo ha cambiado en la crisis y en la eclosión de Internet. Miles de personas pueden vivir una vida virtual paralela a la real. Los imanes radicales y grupos violentos como el Estado Islámico han creado una narrativa que pesca en esas redes. Es fácil pasar del mundo virtual a las setenta huríes que les esperan en el paraíso. Dirigen su odio hacia los países de acogida, muchos de ellos implicados en las guerras que se libran en Oriente Próximo.

Para recuperar el paso es esencial impulsar otro tipo de educación, más creativa. Las escuelas siguen produciendo estudiantes para una industria que ya no existe. Es necesario reducir el peso de las religiones, trabajar en la tolerancia cero ante la lacra del machismo en cualquiera de sus variables. Para lograrlo es esencial implicar a las comunidades musulmanes, a la gente, no tanto a los imanes. Pero, ¿cómo vamos a ayudarles cuando no somos mejores? Nuestra educación produce políticos tóxicos en una sociedad basada en la ley del más fuerte. No hay noticias de los valores. Sin credibilidad no hay milagros.