EN PRIMERA PERSONA

Tengo a los hijos explotados

Las tareas del hogar nos han unido. Tal vez de eso, al fin y al cabo, se trantan los campus de verano

Colonias

Colonias / CARLOS MONTAÑÉS

MARINA SANCHO

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Al principio de las vacaciones propuse a mis hijos ir al 'casal' de verano. Por una sola vez en la vida estuvieron los tres de acuerdo: resonó en la sala un rotundo "no". "Pero si haréis juegos de agua y estaréis con vuestros amigos", pronuncié a modo de súplica. Nada de nada, estaban decididos a estar en casa. De manera que me dispuse a planear una venganza sutil pero contundente. "Van arreglados estos chiquillos si creen que podrán ver la tele y comer galletas todo el día", mascullé entre dientes.

Así es como en julio organicé en mi casa un campus de las tareas del hogar. Sí, sí, tal como lo leen. A primera hora toca hacerse la cama. A continuación, preparan el desayuno. Ya han aprendido a lavar los platos y luego barrer el suelo. Acto seguido los mando a vestirse y toca sesión de colada: mientras uno tiende la ropa, el otro recoge la del día anterior y la pequeña ya ha aprendido a doblar los calcetines. El primer día se quejaron mucho. El segundo aún refunfuñaban, y ahora que llevamos varias semanas lo hacen solos sin necesidad de recurrir a los chantajes, los sobornos o las amenazas. 

Estoy segura de que si me hubiera propuesto darles el verano de sus sueños habría fracasado

Integración de hábitos

Estoy que no me lo creo. Lo que empezó como una estrategia para hacerles odiar estar en casa y hacer crecer en ellos la necesidad de implorarme la inscripción al 'casal' de verano, ha terminado en una integración absoluta de hábitos, que ejecutan con la mejor de sus sonrisas. Un éxito total. Además, mientras están entretenidos no me tocan la moral. Ni se pelean, ni me dicen mil veces que se aburren ni me piden que les compre cosas. Se lo han tomado como una actividad totalmente suya. ¡Y yo que pensaba que me denunciarían a la protectora de animales por hacerles trabajar en época vacacional!

Aparte de esto, me los llevo a todas partes: van al mercado a hacer la compra, al ayuntamiento a hacer trámites, al banco a hacer papeles, con mis amigas a tomar café, a la biblioteca a buscar libros, incluso a pasar la ITV y al dentista me los llevaré. Todo era parte del plan de torturarlos hasta hacerles desear pasar la mañana con otros niños. Pues ahora resulta que hasta  se lo pasan bien: en el mercado prueban de todo, en el ayuntamiento hacen preguntas y terminan aprendiendo, en el  banco les regalan bolis y caramelos, mis amigas les invitan a helados, ¡incluso a la biblioteca se han vuelto aficionados! Como sigamos así, en septiembre no habrá quien vuelva a la escuela. Ahora creen que la vida real es eso: levantarse a la hora que les plazca, hacerse el desayuno tranquilamente, hacer la limpieza al ritmo de las canciones del verano, encontrarse con gente y tomar un refresco...

Estoy segura de que si me hubiera propuesto darles el verano de sus sueños habría fracasado. Porque siempre que he hecho algo para que lo pasen bien, acaba sucediendo alguna catástrofe que despierta mi furia, y encima me siento culpable por destrozarlo todo. Justo cuando me las ingenio para tenerlos a mi servicio,  sucede lo que nunca habría esperado: hay paz en el hogar. 

Acomodarlos a mi estilo

Quizá es porque he descubierto que mi rol no es complacer a mis hijos sino acomodarlos a mi estilo de vida. Trabajar todos juntos por un mismo fin me hace sentir mucho más serena que tener que estar todo el día satisfaciendo sus demandas. Hemos perdido muchos vasos y platos por el camino y una buena dosis de paciencia. No importa. La cuestión es que las tareas del hogar nos han unido. Tal vez de eso, al fin y al cabo, se tratan los campus de verano.

Así que este año, de momento, ni  tenis, ni natación, ni  baloncesto o informática.  ¡Este verano  las tareas del hogar han triunfado!