La silla de ruedas

Parecía imposible  llegar a ver ese momento, pero tras un sinfín de dilaciones judiciales Fèlix Millet y sus adláteres del Palau de la Música fueron juzgados a partir de marzo. El juicio duró hasta junio.

Fèlix Millet y Jordi y Gemma Montull, en la última sesión del juicio, el pasado 16 de junio.

Fèlix Millet y Jordi y Gemma Montull, en la última sesión del juicio, el pasado 16 de junio. / periodico

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Fèlix Millet llegó al juzgado en silla de ruedas. Con la habitual americana de pata de gallo y con una bufanda al cuello, el que fuera gerifalte del Palau y amigo de los poderosos  a los que agasajaba con cenas en Menorca (como mínimo) no se sentó en el tradicional banquillo de los acusados sino en estas cómodas butacas que ustedes pueden ver. Por aquellos mismos días, pareció que no estaba del todo imposibilitado y que podía levantarse, con lo que se llega a la simple conclusión de que las entradas y salidas del juzgado en silla de ruedas eran más una pantomima para acrecentar la percepción del anciano con dificultades de movilidad que no un recurso de primera necesidad.

La silla de ruedas funciona como metáfora de todas las patrañas que fue urdiendo en la época en la que «todo el mundo me decía que sí». Sus querencias no se limitaban a la financiación de Convergència, sino que también encontraba tiempo para aliarse con la FAES, mira qué casualidad, justo cuando el Ministerio de Cultura invertía en el Palau. «Se acercan las fechas estivales», le escribía a Aznar, «y sería un placer que quisiérais volver a compartir una velada con nosotros». ¡Qué bonito todo! ¡Qué chulas, las calderetas que se montaban –también con Mas, claro– en Fornells! Todo era muy divertido para Millet. Y sigue siéndolo.