Opinión | Editorial

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La Barceloneta, barómetro sobre el turismo

Nadie puede esperar que los barceloneses acepten inertes la degradación del que es su entorno habitual

La Barceloneta fue el primer barrio que alertó sobre los excesos del turismo en la capital catalana, hace ya tres años. El verano del 2014 marcó un punto de inflexión en la percepción del fenómeno turístico. Si hasta entonces el consenso sobre los efectos positivos de la llegada masiva de visitantes a Barcelona era muy generalizado, los primeros síntomas de malestar en el barrio marítimo anunciaron lo que ha venido después: la creciente sensación de que el turismo, pese a los innegables e irrenunciables beneficios que supone genéricamente para la economía de la ciudad, causa inconvenientes que no pueden ser ignorados ni minusvalorados, so pena de que la gallina de los huevos de oro acabe muriendo de éxito. No es turismofobia pensar y exigir que los barceloneses no deben ver mermada gravemente su calidad de vida por las servidumbres de la afluencia de visitantes a la ciudad. Es razonable la asunción de ciertas molestias, pero nadie –salvo quienes obtienen jugosos beneficios económicos del turismo, a veces de forma irregular– puede esperar que los barceloneses acepten inertes la degradación del que es su entorno habitual. Ese es el mensaje que transmitieron ayer los vecinos de la Barceloneta, hartos de ser los figurantes de lo que se parece mucho a un parque temático frecuentado por turistas con bajísimos índices de civilidad. Su lamento queda resumido en esta frase demoledora: «Nos han quitado el puerto, nos han quitado la playa y ahora quieren quedarse nuestras casas».