En primera persona

¡Esto es la guerra!

Este sábado fui, o intenté, ir de rebajas, y en la media hora que estuve en una tienda de una cadena de ropa 'low cost' vi más batallas y traiciones que en siete temporadas de 'Juego de tronos'

Tienda Santa Ana con gran afluencia de clientes ayer, tercer día de  rebajas.

Tienda Santa Ana con gran afluencia de clientes ayer, tercer día de rebajas.

BEGOÑA GONZÁLEZ

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Lo tengo claro, las rebajas son la guerra. No lo digo por decir, lo tengo comprobado: este sábado fui, o intenté, ir de rebajas, y en la media hora que estuve en una tienda de una cadena de ropa 'low cost' vi más batallas y traiciones que en siete temporadas de 'Juego de tronos'. Ya hace un mes que empezaron las rebajas, y yo, como buena ahorradora (qué remedio hoy en día), tenía el día marcado en el calendario. A diferencia de otros años, que llegaba a la fecha con una estudiada ruta de tiendas que ni Carrie Bradshaw en 'Sexo en Nueva York', este año el ajetreo del final de curso, el trabajo y la búsqueda de piso (que es casi, casi un segundo trabajo) me obligaron a postergar el ritual hasta este sábado. 

Más vale tarde que nunca, dicen, así que el viernes empecé la preparación, casi espiritual, para mentalizarme de lo que venía. ¿Cómo consigo todo lo que he ido guardando en mi carpeta de imprescindibles de Instagram durante seis meses con un presupuesto de becaria? Habrá que elegir, todavía no sé hacer magia.

El biquini de piñas

Al llegar, empecé a pasear entre las tiendas hasta llegar a una de bajo coste, donde iba a comprar ese biquini de piñas que llevan todas las modernas en las fotografías y que se ha convertido en algo tan básico para estar en la onda este verano como los flotadores de flamencos. Sí, todo muy natural. Yo ya sabía a lo que iba, y tenía claro que mis 20 minutos de cola no me los quitaba nadie, pero el panorama que me encontré eran palabras mayores. Madre mía, aquello era la guerra, en unos segundos pasé de imaginarme a lo Spice Girl para adoptar más bien una actitud propia de Gladiator. Montañas de ropa por el suelo y un tremendo desorden recibían a los clientes en la entrada. Una interminable cola y decenas de personas nerviosas que se envenenaban con la mirada cuando alguien cogía antes que ellas aquella prenda escondida completaban la dantesca escena.  

Tras quedarme unos segundos en 'shock' ante la inmensa cantidad de estímulos que estaba recibiendo, me armé de valor y me adentré en ese infierno. Después de un par de pisotones y alguna mirada asesina, conseguí acercarme a un perchero para echar un vistazo. «Paciencia, ya sabías a lo que venías», pensé, como si lo que estaba pasando en esa tienda fuera «lo normal». 

¿Estamos locos o qué?

Tras rebuscar durante casi 20 minutos en una maltrecha y desordenada estantería para encontrar la parte de arriba y la de debajo de un biquini, y recibir algún que otro codazo de alguien que debía buscar lo mismo que yo, me di por vencida. Una cosa es que haya un poco de desorden pero otra es que la gente tire la ropa al suelo tras ver que no es la que busca o que reparta empujones a diestro y siniestro para hacerse con una camiseta. ¿Estamos locos o qué? 

Media hora después de haber entrado, sin mi biquini de piñas y con un cabreo encima monumental, salí de la tienda con una cosa clara: las rebajas y las redes sociales sacan lo peor de las personas, y lo peor de todo es que lo hemos aceptado como algo normal. Había llegado al centro comercial con la creencia firme de que tenía que conseguir, como fuera, ese biquini de piñas, cuando en realidad solo lo necesitaba porque dos o tres 'influencers' en Instagram me habían hecho creer que era así y el hecho de poder encontrarlo por dos euros menos había terminado de fijar esa idea. Las redes sociales son un arma de doble filo, y las rebajas las carga el diablo, así que he decidido que este fin de semana me voy a ir a la playa con mi biquini negro de siempre y la conciencia más que tranquila.