Mercado laboral y derecho al descanso

La invención de las vacaciones

La ausencia de veraneo empieza a imponerse por la precariedad del empleo y los rígidos contratos

TURISTAS EN LAS PLAYAS DE SALOU

TURISTAS EN LAS PLAYAS DE SALOU / nip

ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En 1969 cuando Max Aub visitó España después de 30 años de exilio se sintió muy decepcionado. Nadie le preguntaba por la guerra civil ni por la República. Todos parecían vivir conformes o resignados con el dictador. Aunque todavía no se denominara así, Aub ya detectaba los efectos del desarrollismo diseñado por los tecnócratas franquistas afines al Opus Dei, un cambio de modelo económico que a sus ojos convertía a los españoles en alegres consumidores de Seat 600 y de algo llamado vacaciones pagadas. En la República una nueva ley había establecido las vacaciones retribuidas en siete días, un gran avance. Franco las mantuvo en sus leyes del trabajo, pero hasta 1965 no pasaron a ser 15 días y solo en 1976 serían tres semanas.

Por ello, fue solo a partir de los años 60 cuando muchos disfrutaron de un periodo suficientemente amplio como para subirse al tren, al coche de línea o al utilitario y aventurarse al mar o a la montaña. Nació la industria del turismo masivo ligada a los derechos laborales y vinculada también a ciertas organizaciones católicas como las hermandades del trabajo que empezaron a organizar viajes para obreros, tanto para descansar de un año de esfuerzo como para supervisar las tentaciones propias del relajo.

Es raro hoy para nosotros imaginar un país sin turismo, sin gente arrastrando maletas por estaciones, puertos y aeropuertos, pero en realidad la costumbre de suspender la rutina y alejarnos de casa es relativamente reciente. Todavía hay personas mayores que nunca se tomaron vacaciones pues nacieron y vivieron siempre en el campo donde el trabajo agrícola o ganadero exige atención continua. Tumbarse a la bartola y que te pagaran por ello era algo inaudito, casi inmoral, de holgazanes. Para ellos las fiestas estaban ligadas a la religión y festividades como la virgen de agosto marcaban un pequeño respiro tras el fin de la cosecha. Agarrar el petate y marchar a conocer otras latitudes solo por curiosidad, sin ningún motivo, era inconcebible. Quienes veraneaban eran pocos y pertenecientes a las clases acomodadas. Se construían su hotelito, chalet o torre en las afueras o bien se trasladaban con todo el servicio a las elegantes y benéficas playas del norte de España.

¿QUÉ HACES ESTE VERANO?

Hoy, no veranear nos parece impropio, pero conviene recordar que en un país tan desarrollado como EEUU no existe el derecho a vacaciones. Es algo que cada empresa otorga según considera y nunca supera los 10 o 15 días en el mejor de los casos. En Europa, por el contrario, quien más quien menos tiene un plan, aunque solo sea para dar contestación a quienes preguntan ¿qué haces este verano?  Hay profesiones, sin embargo, en que veranear es complicado y la pregunta no procede. Son los faranduleros, gente del cine y del teatro. Con frecuencia en verano se trabaja, las horas de luz propician los rodajes y las giras de teatro y, en cualquier caso, planificar no está dentro de nuestros planes.

Vivimos pendientes del teléfono, de que caiga algún encargo inesperado, unas sesiones de en una serie o una peli, y no es común tener organizadas las vacaciones con meses de adelanto como en otros sectores, sino improvisarlas. No resentimos quedarnos en casa porque largarnos de vacaciones sería indicativo de que estamos desocupados. Más bien pueden pasar años sin que disfrutemos de un descanso convencional. También hay que sumarle un atávico miedo a gastar dinero que puede ser necesario para pasar el invierno. Larga es la lista de artistas tacaños a los que yo llamo solo buenos administradores o pesimistas recalcitrantes que siempre temen no volver a ser contratados.

DERECHO A DESCANSAR

No obstante, detecto que esta fórmula nuestra del no veraneo empieza a imponerse en otros, pero no por falta de ganas de descansar, sino por la precariedad de muchos empleos y las malas condiciones de los contratos. Malas para los contratados, buenas para el contratante. Los nuevos modelos de trabajo temporal, la condición de autónomo de muchos trabajadores que antes hubieran sido por cuenta ajena, las altas y bajas ficticias para que los empleados no adquieran nunca antigüedad suficiente para convertirse en fijos, pueden marcar un paso atrás en ese derecho al descanso. Y si en los años 30 en las sociedades industriales muchos se pelearon por adquirirlo, no era por capricho ni frivolidad, sino porque era una buena cosa.

Aunque a Max Aub le pareciera que la vacación pagada nos volvió conformistas, está comprobado que trabajar siempre y no descansar nunca es una pésima idea.