EL ANFITEATRO

Una renovación obligada

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ROSA MASSAGUÉ

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El festival Chorégies d’Orange es el más antiguo de Francia. Creado en el lejanísimo 1869, por su enorme escenario del teatro romano ha desfilado lo mejor de lo mejor de la lírica. En él se han creado momentos mágicos irrepetibles como ocurrió con una ‘Norma’ interpretada por una Montserrat Caballé en un gran momento de su carrera. Sin embargo, el modelo instaurado en las últimas décadas exige un cambio.

Las 8.300 plazas que admite el histórico teatro se llenaban. Ahora el director del festival las reduce a 7.000 a base de esponjar el aforo, pero aún así cuesta llenarlo aunque encabecen el cartel grandes nombres. ‘Il Trovatore’ con Roberto Alagna en el 2015 solo vendió 4.000 entradas, y ‘Madama Butterfly’ con Ermonela Jaho el pasado año, 3.000. Jean-Louis Grinda, el nuevo director del festival, lo tiene claro: “Sería muy arriesgado continuar en esta misma línea. Las cifras me dan la razón”. Se la dan particularmente cuando este festival se autofinancia al 85%.

Grinda ha llegado antes de tiempo a la dirección del festival. Debía empezar el próximo septiembre, pero la renuncia de su antecesor adelantó su nombramiento. El nuevo director, que también lo es de la Opéra de Monte-Carlo, quiere cambiar una inercia de 35 años, tantos como los que su antecesor permaneció en el puesto.

Lo primero que ha hecho Grinda ha sido rebajar el precio de las entradas este año en un 20% y el resultado ha sido un aumento de ventas del 30%, explica en una conversación con EL PERIÓDICO. Pero el precio no es el único problema. Y pone el ejemplo de los títulos que se van repitiendo años tras año. Los de esta edición son ‘Rigoletto y ‘Aida’, ambos de Giuseppe Verdi: “Son los mismos títulos que se representaron hace cinco años. El público ya no viene porque ya la has visto”.  Además de los citados, los títulos que más se van repitiendo en la historia del festival de este siglo son ‘Carmen’, ‘Il trovatore’ o ‘La Traviata’.

Grinda no es un revolucionario. No se ve, por ejemplo, dirigiendo el vecino festival de Aix en Provence donde manda el atrevimiento. Conoce las limitaciones que impone un teatro como el antiguo de Orange, tan antiguo que lo preside una estatua original del emperador Augusto y que es patrimonio mundial de la Unesco. Es un teatro al aire libre con una boca de escenario de 61 metros y 13 de profundidad que hay llenar con mucha música y mucho teatro. Y con un aforo enorme que obliga a programar para un público muy amplio.

Las voces más excelentes han hecho grande el festival y Grinda no va a renunciar a ellas. Lo que sí va hacer es renovar y ampliar el repertorio. Piensa en ‘Boris Godunov’, en ‘Guglielmo Tell’, óperas que por el gran número de personajes, coristas y solistas, se adaptan bien al teatro. Y en traer a Orange a nuevos directores de escena.

La programación de la próxima edición ya apunta los cambios. Ha anunciado ‘Mefistofele’, de Arrigo Boito, con la dirección musical de Nathalie Stutzmann, e ‘Il barbiere di Siviglia’, de Rossini. Ante la cara de sorpresa de quien escribe por esta última obra que parece poco indicada dada las dimensiones del teatro recuerda que en la Arena de Verona se ha hecho. Pero la razón de más peso que esgrime es la de que “el único límite está en el espíritu, es la imaginación”, dice el director con una sonrisa provocadora.

EL ‘RIGOLETTO' DE NADINE SIERRA // Poco después de esta conversación se alzaba el telón metafórico del teatro para la representación de ‘Rigoletto’ con Leo Nucci en el papel que da nombre a la ópera de Verdi. El bufón a quien los cortesanos sinvergüenzas raptan la hija Gilda es un papel que el barítono sigue paseando por el mundo pese a su edad y a las limitaciones que este hecho biológico imponen.

El público sigue amando a este barítono y él corresponde. Las notas dudosas y trémulas al inicio de su interpretación hacen temer lo peor, pero Nucci se prepara porque donde tiene que brillar es en el segundo acto, cuando tras sospechar que su hija Gilda, que ha sido raptada, se encuentra en el palacio del duque de Mantua, insulta a los cortesanos, a la ‘vil razza dannata’, y después, cuando la muchacha ha sido liberada, clama venganza, ‘Si, vendetta, tremenda vendetta’.

Su público espera el momento y sí, Nucci le complace con un bis (en el 2011, en este mismo teatro hizo un tris) junto a una exultante Nadine Sierra en el papel de Gilda. No es la primera vez que cantan juntos y se nota la complicidad entre un maestro de las tablas en el último estadio de la carrera y una alumna aventajada, generosa, en neta ascensión.

En realidad, este ‘Rigoletto’ no fue el de Nucci, fue el de la soprano estadounidense en alza. Con su voz fresca, sus agudos netos, el bello timbre, las notas evanescentes, su presencia y su entrega fue la estrella de la noche. Al tenor canario Celso Albelo le estaba grande el enorme escenario del teatro romano. También hay que decir que en la producción de Charles Roubaud apenas había dirección de actores. A su duque de Mantua le faltaba el punto chulesco, especialmente en el último acto. Su interpretación era más belcantista que verdiana. El bajo Stefan Kocan fue un muy convincente Sparafucile, mientas que la Maddalena de Marie-Ange Todorovitch resultó muy justa.  

La orquesta filarmónica de Radio France, que es la orquesta del festival, tenía al frente a su director, al finlandés Mikko Franck, que imponía unos ‘tempi’ a veces excesivamente contrastados. Los coros de las óperas de Aviñón, Montecarlo y Niza formaban una gran masa coral que, junto a una serie de figurantes, llenaban el gran espacio romano con su voz y su presencia.

De la dirección escénica de Roubaud y de la escenografía, poco hay que decir. Un gigantesco cetro de bufón extendido a lo largo del escenario y unas proyecciones de video que se integran en el muro escénico y sobre dicho cetro representan los distintos lugares de la acción con una notoria escasez de ideas en el último acto.

Así acaba una época. Con la edición del 2018 empieza otra. Que haya suerte.

Ópera vista el 8 de julio.