La sospecha razonable de Trump

La trama rusa ya es una ilegalidad de escándalo y gravedad mayores que lo que fue el 'caso Nixon' en su día

Donald Trump, junto a su hijos Donald Jr. (derecha), Eric e Ivanka, el pasado enero en Nueva York.

Donald Trump, junto a su hijos Donald Jr. (derecha), Eric e Ivanka, el pasado enero en Nueva York. / AL/rss

BORJA VILALLONGA

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El asunto del apoyo ruso en la elección de Donald Trump como 45º presidente de Estados Unidos va recogiendo más y más frutos del periodismo de investigación. El círculo se estrecha y la corrupción empieza a supurar por todas las fisuras del hormigón armado de la Casa Blanca. Mientras las evidencias se acumulan, el presidente acorralado activa el ejército de supporters en las redes sociales para crear la apariencia de la mentira de la prensa. Del 'shabby journalism' de la época de Nixon se pasa a los 'fake news' del presente de Trump.

La tarea del periodismo, y más aún, del periodismo de investigación es la de fiscalizar la cosa pública. En inglés lo llaman «accountability». Todo lo que es de dominio público o que tenga un efecto sobre la sociedad puede ser examinado, investigado e inquirido. Ante esta responsabilidad, el periodismo debe proceder aún con más cuidado a la hora de presentar sus pruebas e hipótesis. Más allá de esto solo se podrán dar argumentos a los constructores de las acusaciones de 'fake news' y traspasar la fina línea del amarillismo. Sin embargo, ni el periodismo es un experto infalible ni se puede abrazar la hegemonía de la objetividad neoliberal. El periodismo tampoco es un tribunal de justicia.

FISCALIZACIÓN

La situación creada por la administración Trump, su estilo, sus vetos, su persecución de la prensa libre y su polarización máxima ha llevado a los medios estadounidenses a la implacabilidad de la fiscalización. Se acabaron los masajes de la época de Obama. Este empuje en el periodismo riguroso ha servido de perdón necesario tras los grandes errores de análisis periodístico en las primarias y en las elecciones estadounidenses de noviembre.

Todo el escándalo ruso habría sido imposible de conocer sin una prensa libre y de calidad.

Lentamente, las sucesivas investigaciones -lideradas por el 'New York Times' o un renacido 'Washington Post'- han logrado desenterrar un fraude de proporciones mayúsculas que ni los mejores conspiranoicos podían imaginar. Trump, tan acostumbrado a los negocios oscuros y discretos en familia, ha descubierto que el poder político acaba exponiendo todo. Y que, encima, no tiene glamur.

EL ARTE DEL SILENCIO FORZADO

Trump lleva medio año en la presidencia. Ha destruido todo el capital con el que llegó. Ha puesto en peligro toda la administración y ha decidido aplicar el arte del silencio forzado por la mordaza y el decretazo. Las divisiones se han acentuado, la retórica se ha vuelto más agresiva, EEUU se ha aislado y los problemas no solo persisten sino que crecen. Nunca un gobierno había conseguido tanto daño en tan poco tiempo.

Los grandes escándalos de la administración Obama quedan lejos: Snowden, espionaje masivo de la NSA, WikiLeaks, asesinato selectivo con drones, la reforma sanitaria a medias (que Trump y los republicanos han enterrado)... Los seis meses de Trump han superado todas las expectativas. La trama rusa ya es una ilegalidad de escándalo y gravedad mayores que lo que fue Nixon en su día. Ahora hay que ver cuándo la sospecha razonable se convierte, o no, en condena.