Los efectos de la cultura digital
Con el móvil enganchado: ¿adicción o apego?
Desbloqueamos la pantalla una media de 80 veces diarias y empleamos en ello una media de 145 minutos al día
Liliana Arroyo
Doctora en Sociología, especializada en transformación digital e innovación social. ESADE
LILIANA ARROYO
Si hay alguna expresión que oigo casi a diario es que "vivimos enganchados al móvil". Hay quien lo califica de adicción, pero ello tiene unas connotaciones patológicas serias. Es cierto que hay casos preocupantes y casos patológicos, pero la mayoría sufrimos más apego que adicción. Lo que está claro es que ahí tenemos un reto social a resolver.
Tal es la preocupación, que medir cuántas veces tocamos el móvil se ha convertido en un campo de estudio. Quizá os haga gracia saber que desbloqueamos la pantalla una media de 80 veces diarias -si os apetece probarlo en primera persona, hay decenas de 'apps' creadas para eso-. Cada una de estas sesiones quizá dure tan solo unos minutos e incluso segundos. Si sumamos todos esos microratitos, la media son 145 minutos al día. O lo que es lo mismo, cuatro capítulos de esa serie que tenéis a medias.
Diremos, a nuestro favor, que los móviles son como golosinas. Sus colores, sus sonidos y el alud de notificaciones están justamente para eso, para reclamarnos atención constantemente. La distancia entre el estímulo ('ping') y la respuesta (¿a ver qué hay?) suele ser corta y la impaciencia mucha, lo que hace que los móviles se unan cuando quedamos a tomar café, o que aprovechemos un semáforo para comprobar que no nos perdemos nada importante. Sea adicción o apego, es evidente que nos falta una reflexión y un pacto de convivencia con los dispositivos.
DESCONEXIÓN TECNOLÓGICA
Esos números, así en frío y sin contextualizar, en realidad funcionan más como anécdota que como información. Y tanta fijación con la cantidad, nos lleva al otro extremo: la reducción drástica, y en ese sentido ya hay respuestas en forma de plan de desconexión tecnológica. Opciones útiles e interesantes seguro, pero si además de apartar el demonio, lo acompañamos de reflexión sobre cómo lo usamos y cómo nos gustaría usarlo, sería mucho más poderoso.
Y es que los hábitos tienen que ver con el sentido que le damos a lo que hacemos, las rutinas que generamos y las motivaciones que nos impulsan a seguirlo haciendo. Olvidar esto deja de lado otras preguntas de mayor calado sobre cómo usamos los móviles y para qué. El móvil, igual que el martillo o la cuchara, son herramientas y no propósitos en sí mismos.
¿Os imagináis si midiéramos todo lo que aprendemos a través al móvil? O lo que llegamos a leer, cuánto nos hace reír, qué fácil es sentirnos cerca de las personas que nos importan, si estamos transmitiendo un "cuenta conmigo" o si estamos cambiando el mundo desde el ciberactivismo.
Decía Einstein que si tuviera una hora para resolver algo, se pasaría 55 minutos identificando el problema y cinco pensando en la solución. Desde luego no tenemos la solución ideal aquí, pero podríamos empezar a integrar más el cómo y el para qué, en lugar de concentrarnos en el cuánto. ¿Quiere decir eso que no abusamos del móvil? En absoluto. Más bien significa que todavía nos falta madurar esa cultura digital, una higiene 2.0 que, en general, nos iría bien pulir.
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