La ventaja del final

Que el separatismo muestre a las claras su fanatismo, salpicado de incoherencias y deserciones, es la ventaja de la fase decisiva del 'procés'

El escenario del Teatre Nacional de Catalunya.

El escenario del Teatre Nacional de Catalunya. / periodico

JOAQUIM COLL

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Se percibe angustia en la calle por lo que pueda ocurrir los próximos meses en torno al anunciado referéndum del 1-O. Hay pesimismo y preocupación ante un choque inevitable. Por el empecinamiento de Puigdemont en votar y declarar la independencia, pero también por la respuesta insoslayable del Estado ante tal desafío. Puede que el final no sea agradable, pero tampoco será el fin del mundo. En realidad, tiene ventajas. De entrada, porque nos conduce al desenlace en lugar de seguir perdiendo más el tiempo. También porque obliga a clarificar las posiciones y argumentos de unos y otros. Fíjense que los políticos separatistas ya no hablan de derecho a decidir sino de autodeterminación, aplicable a Catalunya, según ellos, porque somos una colonia española. En su huida hacia adelante han regresado a los años 70, cuando solo pequeños grupos comunistas, marxista-leninistas, defendían un proceso de liberación de los Països Catalans en base a teorías de la descolonización que se estaban aplicando en África y Asia. ¿Cuál era si no el análisis de la organización terrorista Terra Lliure?

Regresar a ese discurso de fondo en el 2017 es surrealista y contradice anteriores informes de la Generalitat sobre con qué argumentos plantear un referéndum de secesión en democracia. Cuando Junqueras afirma que «la legalidad española no es legal porque no respeta los derechos humanos» está cruzando una línea muy peligrosa que no se sabe qué puede acabar justificando cualquier día en coherencia con ese enunciado. Pero no nos pongamos trágicos, porque por ahora predomina la comedia. Todo son promesas y declaraciones, pero nadie firma nada. Con lo de la compra de las urnas han dado marcha atrás cuando el Estado se ha puesto serio. Y algunos empiezan a temer por su patrimonio, como el destituido conseller Baiget. Tampoco nadie de Junts pel Sí ha explicado por qué la famosa ley de desconexión que el Parlament iba a aprobar antes del referéndum se ha pospuesto al día después de la independencia. Que se muestre a las claras su fanatismo, salpicado de incoherencias y deserciones, es la ventaja del final.